Un aparato que sabe mirar es el denominado iconoscopio


Enterémonos ahora de algunos detalles, para lo cual iremos, imaginariamente, a una sala de transmisión.

Todo aquello que se desea televisar deberá tener una perfecta iluminación, porque así como nosotros necesitamos que haya luz para poder ver, así también las imágenes que van a ser transmitidas necesitan buena iluminación para que el ojo electrónico, que capta la escena, pueda ver con nitidez. Y decimos ojo electrónico porque, efectivamente, la escena que va a ser televisada es constantemente mirada o escudriñada por un aparato que transforma en impulsos eléctricos todo lo que ve. Se lo conoce con el nombre de iconoscopio, y su labor consiste en realizar una verdadera fotografía eléctrica. Veamos, pues, los detalles del iconoscopio, ya que constituye una extraordinaria conquista de la técnica electrónica.

En particular nos referiremos al iconoscopio de Zworykin, cuyo esquema conviene observar en el grabado que ilustra estas páginas. Puede verse una placa en él, denominada mosaico, sobre cuya superficie se hallan distribuidos gránulos de un material fotoeléctrico. Estos gránulos hacen las veces de pequeñas células fotoeléctricas aisladas unas de otras, de manera que pueden actuar independientemente. Sobre esta superficie que, como sabemos, será sensible a los rayos luminosos, se proyecta la escena que se quiere televisar. Resulta entonces que cada granulo emite electrones por efecto de la luz que incide sobre él, y dicha emisión será proporcional a la intensidad luminosa que reciba. Esta pérdida de electricidad negativa hace que el granulo quede cargado positivamente. Ahora bien, como la luz que llega de la escena no es uniforme, ya que depende de los cuerpos que la reflejan, entonces la distribución de cargas positivas sobre la superficie del mosaico tampoco será uniforme, y variará de una manera semejante. Podemos decir que hemos sacado una fotografía eléctrica. Por otra parte, detrás de esta superficie sensible, existe otra placa aislada de la anterior. En ella queda inducida, por la acción de las cargas positivas mencionadas, una imagen idéntica pero con cargas negativas. Bien, ¿cómo hacemos ahora para transmitir al espacio esta fotografía? Para ello el iconoscopio posee un cañón electrónico, mediante el cual envía constantemente un rayo de electrones que recorre rápidamente toda la superficie del mosaico. Al tocar los gránulos, este rayo les devuelve los electrones que habían perdido, con lo cual, digamos, se borra la fotografía tomada anteriormente. Pero, a su vez, la imagen inducida con cargas negativas también debe desaparecer, descargándose dichas cargas a través de la R, que significa resistencia. Esta descarga, convenientemente amplificada, es la que se radia al espacio para ser captada por el receptor. Todas estas operaciones se realizan muy rápidamente, y se van tomando sucesivas fotografías que, intermitentemente, se van radiando. Seguramente nos preguntaremos: ¿pero, cómo no nos damos cuenta de los cambios entre una y otra imagen? Ya veremos cómo se soluciona este problema en el receptor de televisión. Mientras tanto digamos que el haz electrónico recorre el mosaico en líneas horizontales, cubriendo toda la imagen con 525 líneas, a una velocidad tan sorprendente que para barrer este conjunto de hileras puede no necesitar más que 1/30 de segundo. En otras palabras, en un solo segundo pueden radiarse treinta imágenes diferentes.