Velázquez, genio inconfundible de la pintura española


Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, natural de Sevilla, procede de la escuela sevillana que integran, entre otros, Francisco Pacheco, Juan de las Roelas, Francisco Herrera el Viejo, su primer maestro, y Tristán, discípulo del Greco. Después que dejó a Herrera el Viejo, pasó a estudiar al lado de Francisco Pacheco, con cuya hija se casó. Más de un lustro quedó Velázquez en esa casa, donde se reunían los caballeros más linajudos y los artistas más afamados del lugar, todo lo cual influyó tanto en su arte como en sus modales y su preparación general.

Vivió de 1599 a 1660 y en su vida no hubo ni pobreza ni desgracias, como tampoco desilusiones ni desengaños. Era un hombre sano, robusto y feliz.

Hombre de extraordinarias dotes, transformó la pintura mitológica y religiosa al convertir sus escenas en visiones de la vida diaria, impregnadas de un extremo realismo, en que los compañeros de Baco son simples campesinos borrachos. A pesar de ello, sacó a los artistas españoles del realismo pesimista en que se agitaban, porque tuvo una visión artística distinta y una nueva concepción que le hizo amar lo bello. Su pintura fue austera y noble; trató con nobleza de alma tanto a los encumbrados como a los míseros, extrayendo de cada uno un destello de sobrenaturalidad interna. El vigor de su pintura no reside ni en la forma ni en el color, sino en la revelación de la luz; la atmósfera de sus cuadros fue siempre suave. Velázquez, como otros españoles, adoraba los colores neutros, y llegó a convertirse en el maestro de los tintes cenicientos. Los tintes cenizas del Greco y de Ribera son a veces fríos y apagados; los suyos son, en cambio, cálidos y brillantes como la plata.