El poder mágico del arte de los sonidos
El lenguaje de la música es quizás el más armonioso y sugestivo de todos; por eso el hombre primitivo debió pensar que era lo más apropiado para comunicarse con los dioses. Tal concepto predominó por igual en Oriente y Occidente. Los egipcios le asignaron un poder benéfico, e hindúes y chinos aceptaron su origen divino en leyendas en las que sus dioses aparecen realizando verdaderos prodigios con el auxilio de la música.
Junto a tales leyendas hubo otras que le atribuyeron poderes sobrenaturales, extensivos a instrumentos como la flauta, la lira y el tambor, o la campanilla, la trompeta y el shofar, especie de cuerno que los hebreos usaron tanto para sus cánticos laudatorios como para conjurar los malos espíritus o vencer los grandes obstáculos; recordemos, por ejemplo, el pasaje del libro de Josué donde se relata cómo cayeron las murallas de Jericó al sonar siete trompetas siete veces durante siete días consecutivos.
En aquellos lejanos tiempos la música y la danza fueron también arte de encantamiento, al que se exigía prodigios y milagros extraordinarios. Se han conservado sortilegios que demuestran sus relaciones con la magia y la curandería en ciertas inscripciones jeroglíficas de los egipcios o en algunas leyendas como la que refiere los orígenes de la tarantela, la popular danza italiana cuyos pasos, acelerados y rítmicos, originariamente tuvieron por objeto, según tradición popular, conjurar el peligro de la ponzoña de la tarántula, temible araña del sur de Italia. Cuando alguien era picado por ella, amigos y parientes del afectado danzaban frenéticamente con la víctima, para que eliminara por transpiración el veneno de la picadura.
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