La ópera durante el siglo XIX, el antagonismo entre Italia y Alemania
Entre los primeros compositores figura Carlos María von Weber (1786-1826), cuya producción resume el período romántico que une el clasicismo de los operistas anteriores con el drama musical de Ricardo Wagner. Mientras tanto las escuelas italiana y francesa cobran nuevos impulsos con autores como Gaspar Spontini (1774-1852), Luis Cherubini (1760-1842), Joaquín Rossini (1792-1868), el siempre recordado autor de El Barbero de Sevilla, una de las óperas más difundidas de entonces y ahora, y los dos grandes románticos italianos Cayetano Donizetti (1797-1848) y Vicente Bellini (1801-1835). Junto a ellos Francia nos dio también figuras de relieve como Esteban Nicolás Méhul (1763-1817), Francisco A. Boieldieu (1775-1834), Francisco Auber (1782-1871) y Adolfo Carlos Adam (1803-1856). Mientras tanto la corriente ecléctica de la ópera estuvo representada por Jacobo Meyerbeer (1791-1864), quien durante mucho tiempo ejerció poderosa influencia en París, donde se había radicado. La fama de este autor llegó a eclipsar por momentos la de sus contemporáneos franceses. En sus óperas alternan pasajes de hondo lirismo con fastuosas escenas de ballet, de acuerdo con la vieja tradición de la ópera francesa.
Dos países se disputaron la hegemonía dentro del teatro lírico de la época: fueron ellos Italia y Alemania, cuyo antagonismo se puso de manifiesto a través de dos compositores geniales: José Verdi (1813-1901) y Ricardo Wagner (1813-1883). El primero de ellos, procedente de la línea romántica de Donizetti y Bellini, renovó su estilo en plena madurez, después de haber conseguido señalado éxito en el teatro lírico con obras que se ajustaban a la vieja concepción; su principal mérito consiste en haber renovado su estilo abrevando en las propias fuentes nacionales, sin necesidad de inspirarse en autores u obras foráneos. Mucho se ha fantaseado sobre la rivalidad y la influencia de Wagner sobre Verdi, pero la verdad es que uno y otro se estimaban mutuamente, reconociéndose recíprocamente los propios méritos, que concuerdan con las características de ambos pueblos.
La abundante producción de Verdi, que va de Oberto, conté di San Bonifacio, a Falstaff, ofrece ricos y variados matices que nos permiten seguir paso a paso la evolución de su estética musical. Espíritu romántico por excelencia, Verdi se convirtió en figura cumbre del risorgimento político italiano y en bandera de la liberación de su patria. Para despertar el sentimiento nacional, los revolucionarios se valieron del argumento y los coros de ciertas obras que, como los de Nabucodonosor, La batalla de Legnatto o Llombardi, se tornaron verdaderos himnos de la Italia liberada.
Algunos argumentos de sus obras fueron tomados de ciertas figuras representativas del romanticismo literario, como Víctor Hugo o el Duque de Rivas, pero Verdi admiraba también el teatro de Shakespeare, quien le proporcionó la trama argumental de sus dos últimas óperas, Otello y Falstaff, con las que culmina la reforma verdiana.
Wagner, por su parte, fue el gran innovador del teatro lírico alemán. La influencia que ejerció fue muy grande, pues se extendió tanto dentro como fuera de Alemania. La principal reforma consistió en la transformación de la ópera en drama musical. Para nuestro autor la importancia del texto hablado, expresión del entendimiento, debe correr paralela a la del texto musical, expresión del sentimiento. Desde el punto de vista de la composición, la reforma vagneriana consistió en el triunfo de la armonía sobre la melodía y en el empleo del leitmotiv, verdadero hilo conductor de la acción que se desarrolla sobre libretos del mismo Wagner, inspirados en viejas leyendas germánicas. La producción de este autor se distingue, además, por el rico colorido de su paleta orquestal.
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