GRATITUD DE UN REO RESUCITADO


El doctor Junker, catedrático de anatomía en un hospital de Londres, logró en cierta ocasión que le entregaran el cadáver de un criminal que acababa de ser ahorcado, con propósito de hacer la autopsia del mismo mientras efectuara una de sus clases prácticas.

Colocado el cuerpo del reo en la mesa de disección, y estando solo el doctor en la sala de operaciones, hubo de quedar espantado, cuando, al hacer una pequeña incisión en un brazo del supuesto cadáver, lo vio incorporarse en la mesa, y que, juntando las manos en actitud suplicante, le pedía que no lo delatara y que hiciera todo lo posible por salvarlo.

El doctor, cediendo a un sentimiento de humanidad, lo sacó inmediatamente de aquel sitio y lo condujo a su casa, donde lo tuvo oculto hasta que, pocos días después, lo embarcó en un buque que se hacía a la vela para un punto lejano, obligándole antes a jurar que mudaría de vida y no volvería a apartarse de la senda del honor y de la virtud. Doce años más tarde, hallándose el doctor Junker expatriado y falto de recursos en Amsterdam, fue saludado afectuosamente en la calle por un caballero que, con la mayor cortesía, le rogó que lo acompañase a su casa. En ella el desconocido le presentó a su esposa y dos niños que tenía, y le hizo sentar a su mesa.

Ansioso el doctor de conocer aquel misterio le rogó a su vez que le dijese cuál era su nombre.

“Veo que no me reconocéis -replicó el otro- pero yo sí os he reconocido, porque la gratitud grabó, hace tiempo, vuestro semblante en lo más íntimo de mi corazón. Soy el criminal a quien salvasteis la vida en el hospital de Londres, y, como os prometí, he reformado totalmente mis antiguas costumbres y seguido el camino del honor y de la virtud. Soy rico y puedo tener la inmensa satisfacción de pagaros de algún modo el enorme beneficio que debí a vuestra tan compasiva generosidad”.


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