DANZAS SAMOANAS


Comenzaron las danzas indígenas que esperaba con impaciencia. A unas sesenta millas al oeste de la isla de Tutuila se encuentra la isla de Manua, donde, lejos del contacto de los blancos, nobles indígenas conservaban cuidadosamente sus tradiciones. La entre víspera el aviso Ontario había traído doscientos habitantes de allí que hicieron su aparición en el campo. Estaban vestidos con un simple paño de color, hecho de siapo, que es la corteza de la morera del papel, o con finas pleitas trenzadas. Sus cuerpos, untados de aceite de coco, brillaban al sol. Se habían pintado en la cara unos bigotes que les daban un aspecto feroz. Algunos de ellos llevaban largas pelucas rubias, hechas de pelo de coco. Delante marchaban dando saltos y volteretas, dos viejecitos, que esgrimían con soltura unas largas y pesadas hachas. Todos los demás tenían una musculatura asombrosa y eran de elevada estatura. Llevaban en la mano una varita de madera que golpeaban con cadencia, cantando una extraña y bárbara melopea. Su paso, su aire marcial, su cabeza erguida y soberbia, eran verdaderamente admirables.

Cuando los feroces manuanos dejaron sitio, fueron reemplazados por un grupo de indígenas de la isla de Olesinga, vestidos de claro con guirnaldas de flores. Sobre las esteras dispuestas delante de la tribuna se colocaron los recién llegados y comenzó una de las extraordinarias danzas sentadas, que son la especialidad de Samoa: más que una danza, es una especie de pantomima acompañada por cantos; pantomima un poco burlesca, pues dos jóvenes indígenas, cuyos cuerpos estaban blanqueados con harina, dieron la vuelta al campo en cuatro patas saltando y brincando. Llevaban largas colas y sus narices estaban aplastadas por una venda, pues representaban monos. Saltaron sobre la espalda de dos indígenas y se pusieron a hacer gestos y muecas que divirtieron a la multitud.

Era un espectáculo asombroso que venía a añadirse a mis recuerdos, a mis impresiones del arte perfecto de las antiguas danzas sagradas de Mangareva, de la voluptuosidad de ciertas danzas tahitianas y del extraordinario virtuosismo acrobático de los bailarines de Porapora.

Alain Gerbault


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