Una mujer valiente: Policarpa Salavarrieta, le heroica Pola


Entre las mujeres que de todas las clases sociales de Colombia se distinguieron por su amor a la libertad, la historia conserva el nombre de Policarpa Salavarrieta, conocida con el sobrenombre de La Pola.

Nació esta célebre mujer, de padres modestos y honrados, en la villa de Guaduas, departamento de Cundinamarca, hacia el año 1795. Fue entusiasta revolucionaria. Sirvió a la patria en los días más difíciles, cuando todo el territorio estaba ocupado a sangre y fuego por las tropas españolas que en 1816 habían invadido el territorio.

Los pequeños ejércitos rebeldes diseminados por diversas regiones del país tenían en la capital auxiliares y espías. Uno de éstos, el más eficaz de todos, era la bella joven Policarpa Salavarrieta, que prestó servicios arriesgadísimos a los guerrilleros de Almeida, entre cuyos oficiales figuraba Alejo Sarabaín, prometido de Policarpa.

El astuto sargento Iglesias, del ejército español, logró descubrir el paradero de “La Pola”, y una noche hizo prisioneros a la doncella y a su hermano Bibiano. La captura de Policarpa causó la derrota de los hermanos Almeida; los jefes y muchos soldados cayeron prisioneros y fueron condenados a la última pena. Los reos, con excepción de algunos que lograron escapar, fueron trasladados al Colegio Mayor del Rosario, histórico edificio que el año anterior había servido de cárcel y capilla a innumerables patriotas.

El 14 de noviembre de 1817, escoltados por soldados y acompañado cada reo por un fraile que le rezaba las oraciones de los agonizantes, salió el cortejo del Colegio del Rosario hacia la Plaza Mayor (hoy de Bolívar), donde la muchedumbre y las tropas esperaban el sacrificio.

Policarpa marchó con serenidad y altivez, y ascendió al patíbulo con entereza. Momentos antes de caer bajo el plomo de las armas españolas, y viendo entre los soldados que formaban la escolta a varios compatriotas suyos, los apostrofó diciéndoles: “¡Viles americanos, volved las armas contra los opresores de vuestra patria”  Y al pueblo congregado díjole en alta voz: “¡Pueblo de Santa Fe! Muero por defender los derechos de mi patria. ¡Pueblo indolente! ¡Cuan diversa sería vuestra suerte si conocieseis el precio de la libertad! Pero no es tarde: Ved que aunque mujer y joven, me sobra valor para sufrir la muerte y mil muertes más, y no olvidéis este ejemplo.”