Córdoba, por su incomparable arrojo, se cubre de gloria en Ayacucho


En nuevas campañas militares alcanzó sucesivos triunfos, y luego formó parte de las filas que, a las órdenes del general Sucre, debían libertar a Perú. Llegó el 9 de diciembre de 1824, ese gran día en que debía decidirse la libertad de América. Cerca del mediodía los dos ejércitos más poderosos de cuantos lucharon en la guerra magna, se alistaron en las llanuras del Cundurcunca e iniciaron las hostilidades. El propio virrey español dirigía sus tropas, y Sucre mandaba el ejército libertador. Córdoba, su segundo en jefe, recorría a galope el campo de batalla arengando a sus batallones con frases de entusiasmo. En lo más ardiente del combate, y a la cabeza de su columna, prorrumpió atronador con su inusitada voz de mando: “¡División, armas a discreción. De frente, paso de vencedores!” ¡Increíble el espectáculo del general de 25 años en aquel instante sublime! Con la mano derecha agitaba el sombrero, y sus palabras vibraban como rayos por entre aquel horizonte de pólvora y de truenos. Repetida por cada jefe de cuerpo aquella inspirada orden, los soldados, ebrios de entusiasmo, se sintieron invencibles; y entre frenéticos vítores a la libertad y al Libertador, avanzaron en línea recta como legión de enconados leones. ¡Héroe a los 25 años de edad! Así recorrió Perú al lado de Sucre y de Bolívar.

Pocos meses después de su gran triunfo regresó a la capital de Colombia, para continuar allí sus servicios a la República. Acompañó a Sucre en la campaña que desgraciadamente Colombia tuvo que emprender contra sus hermanos de Perú por haber invadido los peruanos parte de su territorio. Posteriormente, afectado su sentimiento liberal por los resultados de la dictadura, decidió combatir al propio Bolívar en el campo de batalla; y el 17 de octubre de 1829, mientras peleaba contra el ejército del gobierno, cayó Córdoba herido para no levantarse más, sacrificando así, a los 30 años, su vida en aras del ideal.