Vicisitudes por las que atravesó Perú en los siglos XIX y XX
Irregulares y provisionales fueron los gobiernos de peruanos, tales como José de la Riva Agüero y el marqués de Torre Tagle. Sucediéronse juntas de gobierno en las que alternaron figuras de la importancia de don Hipólito Unanue, sabio y patriota; el general José de la Mar, de tendencias moderadas; José Faustino Sánchez Carrión, Francisco Javier Mariátegui y Francisco Javier de Luna Pizarro, representantes de la época en que el liberalismo modelaría las instituciones de la nueva república de acuerdo con esa corriente.
Sólo en 1829 los peruanos pudieron elegir un magistrado de acuerdo con los preceptos constitucionales: fue éste el general don Agustín Gamarra, uno de los militares de mayor devoción a la causa nacional. Pero la paz interior no se logró sino después de varias décadas: revoluciones, conjuras y golpes militares se sucedieron tras cortos intervalos de paz social y estabilidad política. Una de las causas de ese desasosiego fue la subsistencia, hasta promediar el siglo xix, de algunos de los irritantes privilegios existentes en la época virreinal, tales como la condición servil de los indígenas, pese a las disposiciones dictadas en contra durante el gobierno del general San Martín, y la esclavitud de los negros, triste resabio de la época colonial.
La historia del Perú independiente logra su mayor esplendor durante los gobiernos del mariscal Ramón Castilla y de don Nicolás de Piérola.
El mariscal Ramón Castilla prestó a su patria servicios tan altos, que se lo honró por disposición del pueblo, manifestada mediante sus representantes legislativos, con el título de Libertador. Bajo el gobierno de este prócer se dictaron leyes fundamentales de organización administrativa, de creación de la marina de guerra, de establecimiento de servicios de comunicaciones, tales como el telégrafo y el primer ferrocarril de América del Sur; se racionalizó la explotación de una riqueza nacional peruana, el guano, abono natural, que aún continúa aportando al Estado cuantiosos ingresos. Durante el segundo período de este insigne gobernante, entre los años 1855 y 1862, prosiguió la construcción de ferrocarriles, se instaló el gas de alumbrado y se abolió la esclavitud de los negros y el tributo personal que pagaban los indios desde la época virreinal. También al mariscal Castilla deben los peruanos la extensión del país hacia la selva: durante su administración, y por su impulso, se fundó la ciudad de Iquitos, en el departamento de Loreto, por él creado, en pleno bosque. En un conflicto con el Ecuador, que concluyó favorablemente para el Perú, el mariscal se mostró como vencedor ecuánime y generoso.
Al extinguirse la vida de Ramón Castilla, se aprestaba a la lid otra personalidad que habría de llenar con su nombre la historia peruana hasta poco después de la primera década del siglo xx: don Nicolás de Piérola, que ocupó la presidencia del Perú durante dos períodos, uno de ellos por medios excepcionales, y el otro por elección popular. Correspondióle durante su primera jefatura hacer frente a la guerra contra Chile, que ensangrentó a los dos pueblos hermanos entre 1879 y 1883. En ella dieron muestra de heroísmo los soldados y los jefes de ambos bandos; recuérdase especialmente al almirante Grau, entre los peruanos, y al capitán Arturo Prat, entre los chilenos. Ambos perecieron en acción de guerra, a bordo de sus respectivas naves, después de haber peleado como leones, sin descanso.
Derrotado el Perú por los ejércitos chilenos, Piérola se retiró a la sierra, mientras los invasores ocupaban a Lima, y organizó la resistencia. Otros sectores peruanos se inclinaron por la conclusión de las hostilidades, y la paz sobrevino al tiempo que Pié-rola se expatriaba para no ser un obstáculo a las nuevas autoridades. Cuando la guerra civil encendióse entre sus compatriotas, regresó al país, e intervino luego en las campañas políticas, tras las cuales fue consagrado presidente de la república para el período 1895-1899. Reordenó entonces la nación desde el punto de vista económico y fiscal, revalorizó la moneda, reorganizó las fuerzas armadas y promovió la educación popular. A su muerte, en 1913, el pueblo le tributó excepcionales honores.
Posteriormente ocuparon la primera magistratura otros ciudadanos, entre los que sobresalen don Manuel Pardo, hombre de negocios, que realizó un gobierno progresista; don Guillermo Billinghurst, robusta personalidad, independiente de los partidos tradicionales, que llegó al poder en brazos de un movimiento de reordenación social; don Augusto B. Leguía, que ocupó la magistratura dos veces, la segunda de las cuales sobrepasó el período legal, hasta que una sublevación militar puso fin a su gobierno, en el año 1930. Desde entonces han regido los destinos del Perú: David Sanchez Ocampo, Luis M. Sánchez Cerro, el mariscal Osear R. Benavídez, don Manuel Prado, don José Luis Bustamante y Rivero, y el general Manuel A. Odría. La elección presidencial de 1956 consagró por segunda vez al doctor Manuel Prado.
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