La historia colonial del Paraguay: un pasado de grandeza


Dos fases, íntimamente ligadas por su finalidad, que era idéntica, pueden señalarse en la acción de los colonizadores de la selva guaranítica: la civil y la jesuítica. La una estableció las bases del poder político; la otra, aunque interrumpida por el sectarismo de uno de los ministros borbónicos, incorporó a la civilización a centenares de miles de indígenas y creó un verdadero imperio guaraní, por lo menos desde un punto de vista cultural y administrativo. Pero no nos adelantemos, y veamos cómo se descubrió el Paraguay y quiénes fueron los primeros europeos que en su tierra asentaron osada planta, en un ambiente completamente desconocido, que les habría de deparar venturas y penurias.

Fue Sebastián Gaboto, después de penetrar por el río de la Plata y remontar el Paraná, el primero que avistó las costas paraguayas, hasta muy cerca del lugar donde luego habría de alzarse la ciudad de Asunción, hoy capital de la república, y el primero también que navegó las aguas del río que dio su nombre al país: Paraguay, que en la lengua aborigen significa río de los pájaros. Esta penetración del navegante Gaboto se realizó hacia 1527. Diez años más tarde habría de producirse la fundación del primer asiento o poblado permanente en aquella región, al expandirse hacia el Norte la expedición del primer adelantado del Río de la Plata, don Pedro de Mendoza. Éste, después de fundar la ciudad de Santa María de los Buenos Aires en la desembocadura del Mar Dulce, descubierto por Juan Díaz de Solís, ordenó a su subordinado Juan de Ayolas remontar los ríos interioréis a los efectos de hallar una comunicación fluvial o terrestre con los conquistadores del Perú. Tradiciones no comprobadas asignan al dicho Ayolas haber mandado establecer, en los aledaños de la sierra de Lambaré, próximo al actual emplazamiento de Asunción, una especie de fortín, que habría de hacer las veces de posta o escala entre Buenos Aires y las exploraciones hacia el Noroeste y Alto Paraguay. En cambio, no existe ninguna hesitación entre los historiadores paraguayos para reconocer como fundador de Asunción, propiamente dicha, a otro de los que fueran capitanes de don Pedro de Mendoza, esto es, Juan Salazar de Espinosa, quien en el siguiente año de 1537, el día de la Asunción de María, 15 de agosto, fundó la que con el andar de los siglos habría de llegar a ser capital de Paraguay, y cuyo nombre le fue dado en razón de la fecha.

La muerte de Mendoza y de Ayo-las, este último a manos de los indios, determinó el primer acto de ejercicio de soberanía por parte de los pobladores de la Asunción. Éstos eligieron por su voto, efectivamente, al capitán Martínez de Irala como su gobernador, en tanto proveyera Su Majestad el rey. Asunción había pasado a ser por esos días cabeza de la exploración y colonización de las regiones de la Plata, o del río de la Plata, pues Buenos Aires fue despoblada, desmantelada e incendiada por sus propios habitantes, en cumplimiento de la orden dada por un veedor real, quien lo juzgó oportuno en vista de la hostilidad que demostraban a los españoles los indios.

Martínez de Irala demostró poseer dotes de excepcional energía y capacidad como gobernante, y la vida que a poco pudieron llevar los habitantes de Asunción, en paz, armonía y comercio con los indios vecinos, fue tan placentera, que varios documentos de la época llaman a aquella ciudad Paraíso de Mahoma.

Varias salidas o expediciones que se intentaron hacia el Noroeste, en busca de la famosa Sierra de la Plata, donde, según se esperaba, habrían de hallar fabulosas riquezas, fracasaron rotundamente; tal vez por eso Asunción fue gradualmente convirtiéndose en lugar donde la agricultura y la cría de ganado fueron base de riqueza; de allí salió la gallarda milicia que al mando de Juan de Garay, e integrada por nueve españoles y ochenta “mancebos de la tierra”, esto es, jóvenes veinteañeros criollos y mestizos, fundó Santa Fe de la Vera Cruz en 1573, y por segunda vez a Buenos Aires, siete años después. Asunción puso en esas empresas lo mejor de sí, “los hijos de. la tierra, que son como robles”, mozos por cuyas venas corría sangre altiva de india y de español; y como si aquel generoso desprendimiento la hubiera debilitado, a poco de la fundación de Buenos Aires, Asunción entró en una como especie de languidecimiento, del que no pudo recuperarse, ni aun cuando uno de sus más preclaros hijos, el criollo Hernando Arias de Saavedra, llamado Hernandarias por sus contemporáneos, ocupó la gobernación del Río de la Plata. Antes bien, él mismo cedió al influjo de la creciente Buenos Aires, y en ella residió durante su último período de gobierno.

El centro político de la inmensa provincia se fue deslizando hacia el Sur. Además, medidas económicas tomadas en detrimento de estos países y a favor de Perú, provocaron la postración de Asunción, mientras que Buenos Aires, por su posición fluvial, se mantuvo activa.