La personalidad del marsical Ramón Castilla llena un capítulo de historia peruana
Ramón Castilla fue el solo hombre al que los peruanos dieron el calificativo inmortalizado por el general San Martín: Libertador. Aunque en sus comienzos hubo de sentar plaza en el ejército realista del Perú, se sintió tocado por la voz de la tierra en armas y se plegó a las tropas patriotas. En las batallas de Junín y Ayacucho, que sellaron la libertad de América, se batió denodadamente. Durante las luchas civiles que ensangrentaron el suelo peruano, participó también con toda la fogosidad de su temperamento apasionado. Adversario de la corriente que propugnaba la integración de las nacionalidades peruana y boliviana, opúsose a la dictadura del mariscal Santa Cruz, por lo que debió exilarse, y vivió en Chile por cierto tiempo, al cabo del cual se reintegró al seno de su patria; le cupo entonces batirse contra los bolivianos en Ingaví, y después de la derrota de las armas peruanas en dicho encuentro, conspiró contra los gobiernos de Torrico, Vidal y Vivanco. Derribado el régimen del último de los nombrados, realizáronse elecciones presidenciales, que dieron a Castilla la jefatura del Estado para el período 1845-1851.
El restablecimiento del orden, la plena vigencia de los derechos individuales, civiles y políticos, fue el factor eminente que caracterizó la primera presidencia del general Castilla. No fue menos destacada la labor cumplida por dicha administración en lo referente a obras públicas, organización institucional y restablecimiento del crédito público, en todo lo cual viose la enérgica mano del soldado patriota dispuesto a terminar para siempre con la anarquía y el desquicio administrativo.
A la terminación del período, reintegróse a la vida común, pero muy pronto la impopularidad creciente del mandatario que le había sucedido en el gobierno dejó paso a las conspiraciones, que se consolidaron en un movimiento armado cuyo centro militar fue la ciudad de Arequipa, y su líder, Castilla; el presidente Echenique fue derribado, y el general ocupó a Lima triunfalmente, proclamándose dictador. Entre 1855 y 1862, las riendas del gobierno fueron ágil pero férreamente sostenidas por el mariscal; el severo principio dictatorial que lo animó no impidió, empero, que diera curso a reformas ampliamente democráticas como son, por ejemplo, la abolición de la esclavitud, con la que casi 50.000 esclavos fueron incorporados a la vida plena de derechos; la derogación de la ley que establecía la pena de muerte para los delitos políticos; la abolición de los diezmos para sostén del clero, y del tributo que pagaban los indios desde la época del virreinato; la modificación de algunos privilegios irritantes que tenía el fuero militar en vigor, y el establecimiento del sufragio universal. Sus adversarios, sin embargo, tuvieron oportunidad de atacar su política con motivo de la clausura del Parlamento por la fuerza, cuando éste no colaboraba o entorpecía sus propósitos de gobierno al no acatar sus órdenes o sugestiones.
En 1862 se retiró de la vida pública, después de haber alertado a la América toda a causa de la intervención francesa en México, contra la que protestó enérgicamente. Su personalidad combativa volvió a interrumpir su vida hogareña, en virtud del tratado de paz que Perú y España concluyeron en 1865; Castilla criticó severamente algunas de sus cláusulas, lo que promovió un estado de agitación que culminó con su arresto y deportación a Gibraltar por orden del presidente Pezet; regresó en 1866 y fue nuevamente desterrado, esta vez a Chile, por el presidente Prado; el mariscal Castilla falleció en 1867 en momentos en que encabezaba un alzamiento contra dicho magistrado.
Prócer de la Independencia y fundador del nuevo Estado, echó las bases del ordenamiento institucional de la República; protegió la instrucción pública y el cultivo de las ciencias y las artes; defendió con valor y bizarría la soberanía del país cuyos destinos rigió, y fue vencedor generoso. La memoria del Gran Mariscal, como también lo ha llamado la posteridad, exalta la hombría y el patriotismo de la juventud peruana, que tiene en Ramón Castilla uno de los ejemplos más fecundos para seguir.
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