La abiolición de la esclavitud, uno de los más serios problemas del gobierno imperial
Fue un hecho culminante de la historia brasileña del siglo pasado la abolición de la esclavitud.
La campaña en favor de tal propósito inspiró a numerosos escritores, entre los cuales se cuenta el periodista José do Patrocinio, que fue su apóstol abnegado, decidido e intrépido, y a varios ilustres poetas, como el genial Castro Alves, el principal cantor de los esclavos. En el Parlamento, hizo vibrar las voces elocuentes de Ruy Barbosa, Nabuco, Dantas, José Mariano y otros. El emperador Pedro II, pese a su3 buenos sentimientos, no intervino directamente en la abolición.
Apartado dos veces de la dirección del país, su hija, la princesa Isabel, ejerció la soberanía con señalada prudencia y acierto. La primera vez, cuando promulgó la ley que declaraba la “libertad de vientre” de las mujeres esclavas; la segunda, cuando firmó la ley de abolición inmediata de la esclavitud.
Sobre: la cabeza de la ilustre soberana, que, en aquellos momentos, rodeóse de una aureola luminosa, llovieron las bendiciones de todo el país; y la excelsa Isabel, por indicación espontánea del pueblo, fue consagrada; con el nombre de Isabel la Redentora. Cierto que los intereses heridos levantaron contra el imperio la oposición de los esclavistas, que eran los amos de los esclavos, los opulentos hacendados, cuyas formidables fortunas, amasadas con el sudor de sus víctimas, pasaban de padres a hijos. Estos grandes capitalistas, privados repentinamente del brazo esclavo que labraba la riqueza y el engrandecimiento de sus haciendas, se indignaron; y de conservadores empedernidos que eran, dijéronse republicanos avanzados. La propaganda democrática lucró materialmente con esta numerosa adhesión. Los hacendados, desentonaban en el coro de las personas genuinamente liberales, amigas de la propia libertad y de la ajena, que cantaban himnos al desprendimiento de Isabel; pero no empañaron su gloria, aun cuando les hubiesen torcido el propio destino.
Precedió a la abolición un ingente trabajo; de propaganda y sinceridad. La esclavitud repugnaba; la esclavitud era un crimen inmenso; la esclavitud no podía ser impuesta por unos hombres a otros. La ley que sustentaba el principio de la propiedad de seres humanos era infame. Como causa del bien y causa de la humanidad, dictó a los propagandistas discursos, artículos y versos de arrebatadora elocuencia, y en los comicios, y en el Parlamento, donde se dejaba oír la palabra inflamada de los principales oradores brasileños, veíase lo que no se veía en ninguna otra clase de comicios, veíanse lágrimas de dolor y emoción: habíase despertado un inmenso y cordial interés por la raza negra, a la que se intentaba libertar.
Más de una vez, en el teatro, con el telón levantado, solía mostrarse al público algún negro, el último que la renta de las cajas abolicionistas habla emancipado, o redimido, según la expresión de la época, a fin de propagar de manera aun más directa el ir iteres por la abolición. Estos individuos, tan dignos de compasión por la desgracia en que vivieran como por aquella en la que vivían aún centenares de miles de sus hermanos, recibían de la platea, delirante de entusiasmo con la elocuencia de los oradores, impresionantes manifestación as de solidaridad.
La propaganda creció progresivamente desde los primeros pasos. Llegaron sus ecos hasta las estancias donde habitaban los esclavos, y estos seres, embrutecidos por el sufrimiento, verdaderas máquinas humanas destinadas tan sólo a trabajar, comprendieron el derecho que tenían a la vida y a todas las ventajas de la libertad. Muchísimos huían, exponiéndose a morir o a ver agravados los horrores de su esclavitud. Logrando vencer las distancias, congregábanse en refugios, especie de campamentos o aldeas que levantaban en el corazón de las selvas; y allí, entre mil peligros que les aseguraban el tormento o la muerte, vivían en libertad.
Hubo un refugio famoso, llamado de los Palmares. Comenzó con cuarenta negros, que huyeron con algunas decenas de esclavas hacia las soledades de Pernambuco, y se establecieron y fortificaron entre las ciudades de Atalaya y Porto Calvo. Andando el tiempo, llegaron a reunirse allí millares de negros, entre los que se presentaban espontáneamente y los que eran arrebatados a sus amos. Cuéntase que llegaron a ser veinte mil, que vivían del cultivo de la tierra y del robo, y que castigaban con la pena de muerte el homicidio. El refugio de los Palmares constituía un constante peligro para las poblaciones vecinas, cuya seguridad era un mito. Los gobiernos decidieron dar caza a estos negros, y después de numerosos ataques y de haber sido sacrificados muchos soldados regulares, consiguieron vencerlos. Su victoria, sin embargo; fue estéril. Los esclavos evadidos, después de defender sus vidas desesperadamente, suicidáronse al verse derrotados, prefiriendo la muerte a la ignominia de la esclavitud.
Los que no fueron encontrados cadáveres por los vencedores, distribuyólos la codicia de éstos entre los jefes y soldados de la expedición. Los, qué parecieron temibles, fueron enviados a otras provincias remotas; sólo quedaron en Pernambuco las mujeres y los niños.
Las casas de los abolicionistas que acogían esclavos fugitivos, que allí iban a buscar la libertad por medio de la emancipación, contribuyeron también en alto grado a concluir con tan infame institución; anticiparon asirla elocuencia de los oradores, el voto del Parlamento y la firma puesta por Isabel el 13 de mayo de 1888.
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