Biografia de Olivares, Gaspar de Guzmán y Pimentel, llamado conde-duque de
(Roma, 1587-Toro, España, 1645) Político español. Hijo de Enrique de Guzmán y Conchillos, consejero de Estado y virrey de Nápoles, se propuso en su juventud consagrarse a la Iglesia, pero la muerte prematura de sus dos hermanos mayores le supuso heredar el mayorazgo y el título de conde de Olivares, al que posteriormente añadió el ducado de Sanlúcar la Mayor. Descartó, pues, la carrera eclesiástica, si bien conservó ciertos privilegios a efectos del cobro de la renta. Tras cursar estudios en la Universidad de Salamanca, de la cual llegó a ser rector, fue nombrado gentilhombre de cámara del futuro Felipe IV de Castilla, cargo desde el cual supo ganarse la confianza del entonces príncipe. Así mismo, su matrimonio con Isabel de Velasco, dama de la corte, le supuso el espaldarazo definitivo para iniciar su larga carrera en la Administración del Estado. En 1621, Felipe IV subió al trono y nombró primer ministro a Baltasar de Zúñiga, tío de Olivares. Fallecido Zúñiga, en 1622, fue reemplazado por su sobrino, quien ocupó el cargo durante los veintidós años siguientes, a pesar de los numerosos conflictos y enfrentamientos personales en los que se vio envuelto, en especial varias acusaciones de corrupción y tráfico de influencias derivados del continuo nombramiento de familiares y allegados para el desempeño de altos cargos del Estado. En líneas generales, su acción de gobierno estuvo centrada sobre todo en cuestiones de política exterior, si bien también participó en política interior gracias a su control casi absoluto de todas las cuestiones estatales. Para ello consiguió añadir a su cargo de consejero de Estado la facultad de intervenir, por lo general en calidad de presidente, en todos los consejos y juntas del reino. En lo referente a política internacional, centró sus esfuerzos en devolver a Castilla la hegemonía y el crédito político de antaño, a su juicio malgastado por las administraciones anteriores debido a una débil política de sujeción de los reinos territoriales. Con el fin de restaurar el poder central y de incrementar los ingresos del Estado, ideó un sistema de impuestos que gravara en beneficio de Castilla a los demás reinos territoriales. Dicho proyecto, que se complementaba con la llamada «Unión de Armas» y que pretendía que cada territorio aportara una ayuda militar y financiera para la defensa común, fue totalmente rechazado por las Cortes de los países de la Corona catalanoaragonesa y por Portugal, que lo consideraron un atropello a su autonomía. Por otra parte, reanudó la guerra en las Provincias Unidas las cuales rechazaron su intento centralizador, intervino en Italia, en la guerra de sucesión de Mantua, y llevó a Castilla a la guerra de los Treinta Años. Todo ello acabó por desacreditarlo políticamente, y en 1640 debió hacer frente a la ruptura de los lazos de unión entre Portugal y la monarquía hispánica (diciembre) y a la revuelta catalana de aquel mismo año (guerra dels Segadors), al tiempo que veía cómo la élite criolla iberoamericana le retiraba su confianza por ser incapaz de garantizar su protección, hecho que a la postre facilitó su progresivo distanciamiento de la Corona española. También la alta nobleza peninsular se puso en su contra, hastiada de la marginación de que era objeto con el fin de reservar los cargos de responsabilidad para sí mismo y sus más próximos colaboradores y allegados. Todos estos detractores, entre los que también se incluían la reina Isabel y sectores influyentes de la Iglesia, acabaron por convencer al monarca de la necesidad de prescindir de sus servicios y, muy a su pesar, en 1643 Felipe IV se vio obligado a destituirlo de su cargo y enviarlo al exilio en Toro, población donde Olivares escribió Nicandrio, panfleto de intenciones que no fue atendido, poco antes de fallecer.