Biografia de Carlos I de España y V de Alemania
(Gante, actual Bélgica, 1500-Yuste, España, 1558) Rey de España (1516-1556) y emperador de Alemania (1519-1556). Hijo de Felipe el Hermoso, archiduque de Austria, y de Juana la Loca, reina de Castilla. Merced al complejo proceso de herencias derivado de las alianzas dinásticas de la casa de Austria, por un lado, y de los Reyes Católicos, por otro, se convirtió en el monarca más poderoso de su tiempo. Los territorios bajo su soberanía comprendían: Luxemburgo, los Países Bajos, Artois y el Franco Condado, recibidos en 1506, a la muerte de su padre; Navarra, Aragón, Castilla, Nápoles, Sicilia, Cerdeña y las colonias españolas de América, heredados a la muerte de su abuelo Fernando de Aragón, en 1516; finalmente, las posesiones germanas de los Habsburgo que le legó su abuelo Maximiliano, en 1519. A partir de su coronación como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, consagró su vida a la construcción de una «monarquía universal» y cristiana, lo cual implicaba el enfrentamiento con la Reforma luterana en el interior de sus propios territorios germanos, al tiempo que la lucha contra el Imperio Otomano. Carlos instaló su corte en España, desde donde inició la primera de su larga serie de campañas, en este caso contra Francisco I de Francia el último baluarte en Europa frente a la hegemonía de la casa de los Habsburgo que él representaba, a quien venció en Bicoca (1522) y en Pavía (1525). Sin embargo, el monarca francés, aliado con los príncipes italianos independientes y el papa Clemente VII, volvió a romper las hostilidades y obligó a las tropas imperiales a marchar sobre Roma, ciudad que saquearon en 1527. La paz de Cambrai, firmada dos años más tarde, por la que Carlos I se aseguraba el control sobre Italia, pero que entregaba a Francia el ducado de Borgoña, no representó sino una corta tregua. Los príncipes protestantes alemanes, que habían rechazado la Dieta de Augsburgo (1530), por la que el emperador intentó restaurar de forma pactada la unidad religiosa del continente, formaron la Liga de Smalkalda y, en alianza con Francisco I, aliado a su vez del turco Solimán, reanudaron la guerra en 1532. El conflicto se prolongó doce años, al cabo de los cuales se firmó la paz de Crépy, por la que se obligó a Francia a romper sus lazos con los otomanos. Mientras tanto, el problema religioso planteado por los luteranos se había agravado, pese a la actitud conciliadora de Carlos, quien por último se vio obligado a lanzar sus tropas contra los príncipes alemanes, a los que derrotó en Mühlberg (1547). Enrique II, sucesor de Francisco I en el trono francés, acudió entonces en ayuda de aquéllos y, tras ocupar Metz, Toul y Verdún, impuso en 1555 la paz de Augsburgo, por la que el emperador aceptó la libertad religiosa. La política imperial también fue, al principio, motivo de conflictos en España, donde la pequeña nobleza y la burguesía inspiraron, entre 1519 y 1523, los levantamientos de las Comunidades de Castilla y de las Germanías de Valencia y Mallorca, movimientos cuya derrota benefició a la aristocracia terrateniente. Sin embargo, la ampliación de los mercados y la incorporación de nuevos productos llegados de los territorios de América propiciaron una fase de prosperidad económica, al tiempo que se modernizaban las instituciones del Estado. Esta circunstancia no obstante los problemas estructurales que originarían más adelante la ruina del reino español, junto con la identificación de la mayoría de los súbditos españoles con los fundamentos religiosos de las guerras imperiales, tanto contra los protestantes como contra los otomanos, determinó que Carlos I tuviera a España como el centro de su imperio. Por ello, en 1556, enfermo de gota y consciente de la imposibilidad de conseguir sus objetivos de unidad imperial, abdicó en favor de su hijo Felipe II, a quien dejó las «posesiones españolas», y de su hermano Fernando, a quien redió los «dominios imperiales germánicos», y se retiró a la paz del monasterio extremeño de Yuste, donde falleció dos años más tarde.