Para poder situar el papel
de las Ciencias Sociales en el nuevo contexto, y sobre todo, observar la forma
en que los conceptos políticos fundamentales se están replanteando, he consultado
a David Held, autor inglés que plantea una nueva visión de la Democracia en este
orden global, cuya propuesta es, a grandes rasgos, la implantación de un Gobierno
Global basado en el Derecho Democrático Cosmopolita. A lo largo de este capítulo
se hará una reflexión sobre la viabilidad del modelo propuesto, pero destacando
que la esencia de su trabajo, el replanteamiento de la teoría política clásica
bajo las nuevas circunstancias es muy interesante y nos llevará al análisis del
replanteamiento de la teoría de la ciudadanía en particular, que es el objetivo
de este trabajo.
El proceso de globalización
que caracteriza a la segunda mitad del siglo XX, nos ha llevado al límite de tener
que replantear los conceptos fundamentales sobre los cuales se basaba nuestro
análisis teórico e incluso nuestros valores democráticos. El
autor nos plantea un modelo nuevo que serviría para adaptar la democracia a este
nuevo orden, en el que encuentra tres cambios elementales: "los procesos de interconexión
económica, política, legal, militar y cultural están transformando desde arriba
la naturaleza, el alcance y la capacidad del Estado moderno, desafiando o directamente
reduciendo sus facultades "regulatorias" en ciertas esferas; la interconexión
regional y global crea cadenas de decisiones y resultados políticos entrelazados
entre los Estados y sus ciudadanos, que alteran la naturaleza y la dinámica de
los propios sistemas políticos nacionales; muchos grupos, movimientos y nacionalismos
locales y regionales cuestionan desde abajo el Estado- nación como sistema de
poder representativo y responsable". Los
cambios en el orden establecido bajo la democracia liberal nos ha llevado, como
se mencionó anteriormente, ha replantear el análisis político y con ello, los
conceptos utilizados para este efecto, ya que de acuerdo con el autor, estos ya
no son suficientes para entender los cambios en los que estamos inmersos. La democracia,
la soberanía, la ciudadanía, el propio Estado-nación, ya no se conciben de la
misma forma en que se hacía durante los dos siglos anteriores, dentro del marco
de la "democracia liberal". La soberanía
nacional es un claro ejemplo de ello. La teoría nos habla de una soberanía como
facultad inalienable e indivisible, cuya característica es la autodeterminación
en todo lo concerniente al Estado. Pero la actualidad nos pinta otra cara. La
ingerencia que llegan a tener los organismos internacionales en las decisiones,
y en general, en la vida política y económica de una nación, está violando este
derecho a la autodeterminación de los pueblos. Estos dictan políticas económicas
y sociales que atentan contra la soberanía nacional, sin darle la importancia
debida a los costos sociales que se reflejan en altos índices de pobreza y marginación
en los "laboratorios" de América latina, por citar un ejemplo. El
autor concibe que una política verdaderamente democrática debe ser incluyente,
pero no sólo dentro de los límites del Estado-nación, sino que debe involucrar
a grupos y organizaciones que puedan resultar afectadas con una decisión, aunque
esto rebase las fronteras nacionales. Esto es en consideración a la influencia
que pueden y, de acuerdo con el autor, deben tener las organizaciones y movimientos
internacionales en la toma de decisiones, ya que considera que éstas repercuten
en múltiples regiones del globo, no sólo en el lugar de aplicación. Esta
intervención debe ser mediada por el Derecho Democrático Cosmopolita, la gran
utopía del autor, ya que su establecimiento implica una "buena voluntad" excesiva
por parte de todas las naciones del mundo, lo cual, personalmente, parece poco
viable en las circunstancias actuales del mundo, ya que implicaría, por ejemplo,
un compromiso explícito de cumplir y hacer cumplir las leyes de este derecho.
La objeción tiene un ejemplo muy claro, la falta de voluntad de Estados Unidos
para firmar la carta de la Sociedad de Naciones, propuesta por ellos mismos o
su derecho de veto en las Naciones Unidas, ¿un país con su poderío cedería parte
de su soberanía por el "bien de la humanidad"? La pregunta queda abierta, aunque
me atrevo a asegurar que no lo haría. He aquí un pequeño gran obstáculo para la
instauración de este modelo. Por otra
parte, el permitir que organismos no pertenecientes a un Estado-nación definido
puedan tomar parte de las decisiones que les afecten, por ejemplo, que Estados
Unidos permitiera que los mexicanos decidieran sobre sus políticas anti-migración,
sería absurdo, tan sólo el pensarlo lo es, ya que ningún Estado por el simple
hecho de la interconexión permitiría ingerencia extraña en los asuntos que conciernen
a su territorio. Eso lo plantea el autor, y ve su factibilidad en el hecho de
que en aras de la democracia todo es válido y que cualquier Estado que se califique
de democrático debe aceptar los designios de esta nueva democracia para la solución
de los problemas que afectan al mundo. Pero las objeciones están presentes, aunque
Held no les dé la importancia debida. La
autodeterminación juega un papel decisivo en el modelo planteado por el
autor. Pero autodeterminación no necesariamente es concebida como soberanía
estatal, entendida dentro del concepto de Estado-nación "clásico". Para él, la
localidad, la nación, la región, el mundo global, se autodeterminarán en lo concerniente
a su ámbito de acción, pero siempre basándose en los principios del Derecho Democrático
Cosmopolita. Esto es, las leyes de este nuevo derecho serán lo suficientemente
generales y abstractas para que, al momento de aplicarlas en los diferentes ámbitos
de gobierno sean adaptadas, sin salirse de los lineamientos generales, a las necesidades,
costumbres, idiosincrasia de cada población en específico. Además, el concepto
de autodeterminación se extiende desde el Estado hasta la ciudadanía, lo que implica
la plena participación política de todos los ciudadanos en la toma de decisiones
que les afectan directa o indirectamente, por lo que contempla la participación
de organismos y movimientos internacionales en esta toma de decisiones, lo que
ya se ha explicado anteriormente. En
suma, la autodeterminación significa tener un amplio margen de acción política,
enfocada principalmente a la ciudadanía y dentro del ámbito local, aunque esto
no significa que, por ejemplo, en el ámbito nacional no se tenga influencia en
la toma de decisiones, pero esta sería principalmente representativamente pero
sus facultades de decisión serían en aspectos más generales de gobierno, ya que
lo concerniente a lo que afecta directamente la vida del ciudadano correspondería
al ámbito local y, por tanto, a la decisión directa del ciudadano. Este
concepto del autor, aunque su aplicación es ambigua por el derecho de interferencia
que le da a actores políticos ajenos al ámbito político nacional, parece más viable
que otras partes del modelo, ya que considero que esta injerencia de los ciudadanos
es básica de cualquier democracia, sobre todo en la forma en que la plantea el
autor, en una escala piramidal de facultades y ámbitos en los que residen éstas,
lo cual daría como resultado un ámbito de acción, para los ciudadanos comunes,
muy grande, lo que causaría amplios beneficios para la población en general, sobre
todo en cuestiones de servicios, bienes y justicia social, beneficios reales y
palpables para todos los ciudadanos.
La ciudadanía es vista en
Held como un concepto que rebasa cualquier frontera. Para él, la ciudadanía es
el ideal de la ciudadanía mundial, ser ciudadano equivaldría a serlo del mundo
no únicamente de un territorio definido. Este concepto debe ser entendido dentro
del "principio de autonomía" que "puede ser representada por ese haz de derechos
del cual las personas pueden disfrutar gracias a su status de miembros
libres e iguales de las comunidades particulares -es decir, como resultado de
sus luchas por afirmar la posibilidad de la autonomía en su territorio y, por
consiguiente, por reelaborar tanto la forma como los límites de sus comunidades
políticas". Esta autonomía implica la capacidad de los seres humanos de "razonar
de forma autoconsciente, de ser reflexivos y autodeterminarse". Por tanto, la
ciudadanía se extiende más allá del derecho al voto o de los derechos políticos
formales reconocidos en cada individuo, se refiere a la existencia de un marco
común de acción política, con derechos y restricciones a esta acción, pero
que en consecuencia da lugar a una amplia esfera de participación en la toma de
cualquier decisión que afecte a la comunidad. Los
derechos ciudadanos, dentro del Derecho Democrático Cosmopolita van más allá de
las fronteras nacionales, ya que el marco de acción política va desde la localidad
hasta la globalidad. Como se mencionó anteriormente, da lugar a la intervención
del individuo dentro de otros Estados en su toma de decisiones, con la condición
de que éstas les afecten directamente. Así, un ciudadano lo será dentro de su
propio país, pero también fuera de él, regido siempre por el Derecho Democrático
Cosmopolita, por lo que surge de nuevo el problema de la soberanía y el Estado-nación,
sus límites y sus alcances dentro de este mundo globalizado. El
autor habla de la instauración de este modelo, sin negar las objeciones que se
le puedan encontrar a su propuesta, argumenta que es cierto que hay obstáculos
que superar pero que no hay que maximizar o exagerar éstos. En lo personal considero
que tampoco hay que tomarlos tan ligeramente. Es cierto que no hay que negar la
posibilidad de que el mundo llegue a regularse de esta manera o de una forma similar,
pero hay que tomar en cuenta que los factores reales de poder no son fáciles de
superar, las ambiciones políticas y sobre todo económicas no permitirán tan fácilmente
la instauración de un derecho que regule a todas las naciones homogéneamente. Con
respecto a la teoría política, su visión es totalmente cierta. La teoría clásica
no alcanza a medir los procesos de cambio y reconfiguración que se están dando
en el mundo. Esto no significa que el Estado-nación esté desapareciendo o vaya
a desaparecer, lo mismo que la soberanía, pero sí significa que se están reconformando.
El Estado ya no es el "todopoderoso" de los siglos XIX y XX, ahora le toca conciliar
y actuar conjuntamente con organizaciones internacionales y factores reales de
poder como las grandes corporaciones internacionales, por lo que su papel se tiene
que adaptar a estos cambios. Consiste en tomarlos en cuenta, conocer sus límites
y prerrogativas al momento de adoptar diversas políticas que los atañan. Respecto
a la soberanía, el autor también afirma que no es que vaya a desaparecer, simplemente
que esta dejando de ser indivisible e inalienable, esto es, que el estado debe
de ceder una parte de ella, no tanto a un "gobierno global", pero sí a los ámbitos
locales que están luchando por su reconocimiento y ven en el Estado al enemigo
potencial. De ahí los conflictos étnicos, culturales y religiosos, por citar un
ejemplo, ya que no han encontrado en el Estado una representación real de sus
propias peculiaridades. Por ello,
no debemos creer que la globalización se contrapone al multiculturalismo, sino
por el contrario, el problema radica en la manera en que las culturas se vinculan,
ya sea "por medio de la negociación, la resistencia o la oposición". El pluralismo
cultural debe ser protegido, y lo será en la medida en que se democraticen los
Estados, esto es, en la medida en que las diversidades sean aceptadas por éstos
y entre ellas mismas, para lo cual, según el autor es necesario el establecimiento
del multicitado Derecho Democrático Cosmopolita, aunque yo no considero que sea
necesario esperar hasta ese día, sino a que se vaya cultivando una cultura democrática
de tolerancia que evite los enfrentamientos. Debemos estar conscientes de que
nadie es dueño de la verdad absoluta y reconocer la presencia legítima de los
demás. Por tanto, el autor no sugiere que la implantación de su modelo signifique
una homogenización de la cultura, las creencias, los valores y las normas En
general, existen muchos argumentos válidos en el planteamiento del autor, sobre
todo en su interpretación de los procesos actuales, pero el modelo que presenta
es poco factible de ser implantado, sobre todo por el grado de "bondad" necesario
para su realización. Deja muchas lagunas en su planteamiento, sobre todo al hablar
de la ciudadanía, su proyecto no es preciso ni explica en que forma debe concebirse
ésta al ser miembro de una comunidad tan extensa, en qué términos se es ciudadano
de tal o cual país o región, lo cual es importante como se puede observar en la
Unión Europea. Por otra parte, la
sesión de soberanía que implica el dejar que un Estado sea gobernado por una "Administración
Global" no deja de presentar inconvenientes debido a la intervención y medios
de coacción que este "gobierno" requeriría para hacer valer sus decisiones. Un
claro inconveniente sería ¿de qué países deben ser los miembros de un poder ejecutivo
global? ¿Cómo podría decidirse esto? ¿Cómo se mediría o cuánto valdría el voto
de cada país? ¿Influiría en esta cuantificación el poder económico de las naciones?
De ser así, ¿esto sería una verdadera democracia? Estas y otras cuestiones no
son abordadas por el autor, quedan fuera de la utopía, pero son detalles básicos
para la creación y el funcionamiento de este "orden global". Esto
no significa que no sea factible la realización de un orden global o al menos
regional tal como está sucediendo en Europa o como lo soñaron Bolívar y Martí,
la unión de América Latina. La formación de estos bloques político-económicos
facilitarían la superación de las marginaciones en todos los sentidos, la coordinación
y la cooperación para hacer frente a los problemas a los que nos enfrentamos actualmente.
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