En su largamente revisada conferencia sobre El origen de la obra
de arte, de mediados de los años 30, apuntaba Martin Heidegger con la expresión
obra de arte al único referente concreto, en donde ir a buscar eso que conocemos
por arte. Ni el arte en sí mismo [la idea o concepto] ni el artista, sino únicamente
en su carácter cósico es donde cabe buscar el enigma de aquello que acontece como
arte.
Es allí en dónde ha de iniciarse por tanto
la indagación por su ser, por su origen. Pero ¿en que consiste ese carácter cósico
de la obra de arte? ¿Acaso bastará responder desde la larga tradición del pensamiento:
lo cósico de la obra consiste en ser mero soporte de cualidades, o la unidad de
una multitud de sensaciones, o la unión de una forma en una materia? ¿No aparecen
las cosas siendo también "trastos" e inclusive meros "útiles"y de uso exclusivo
nuestro: lo a la mano de ese objeto, cuyo ser, en Ser y Tiempo, consistía sólo
en la fiabilidad para el sujeto que de él se sirve. Como cosa, efectivamente,
la obra de arte es diferente de un mero útil. Heidegger mostró tal distinción
recurriendo al famoso cuadro de Van Gogh, que mostraba los viejos zapatos de una
campesina. En la descripción de este cuadro, la obra de arte dijo al pensador
el modo de darse del ser del útil, su esencia: en el cuadro se puso en obra la
verdad de lo ente presente en el mundo.
El ser de lo que hay deviene de esa forma,
en la obra de arte, en lo permanente de su modo de aparecer. En la verdadera obra
de arte como cosa se hallarían por ello los objetos purificados de su mero ser
instrumental [su servir para], de su ser subjetivo, y serían devueltos a una dimensión
más esencial que los deja reposar, ser en sí mismos, configurando así un mundo
propio. ¿Qué mundo empero se muestra en la obra de arte. Heidegger recoge otro
ejemplo, aún más plástico que el anterior: un templo griego. En él ocurre un "levantarse
de un mundo y la producción de la tierra". En efecto, con el templo no sólo se
circunscribe lo sagrado a su espacio específico, sino que a su vez se constituye
un ámbito abierto en donde adquiere sentido el destino de una comunidad histórica
entera de hombres: a saber, el pueblo griego. La obra de arte es tal únicamente
si abre un mundo, si deja reposar ese mundo en su pertenencia sobre/con la tierra,
que lo alberga cerrándose en su ser. Tal mundo se instaura por ello sobre una
materia, la roca, a la que nos remite y hacia donde se retira: la tierra. En este
largo ensayo, Heidegger identifica la tierra con la physis griega, con "aquello
hacia donde el nacer hace a todo lo naciente volver", es decir: en aquello que
nace, la tierra se presenta como lo que lo hace emerger y da refugio; como fundamento
velado de la verdad como des ocultamiento. En la obra de arte se abre, por lo
tanto, el espacio del conflicto esencial entre el mundo (lo humano, lo artificial
o cultural) y la tierra (lo natural); una lucha entre lo abierto, que solo ilumina
en el marco de lo velado, y lo cerrado, que no es sino aquello que se revela como
reserva. De esa forma acontece la verdad del ser del ente. Su puesta en obra como
obra de arte es su producción, como un dejar delante, un despejar que se hace
presente quizá como cosa inútil, pero que por su existencia, a su vez, transforma
las relaciones del hombre con el mundo y con la tierra, e instaura/funda un origen.
La obra de arte -dice Heidegger- no es sino una de las formas esenciales de presentarse
el ser de las cosas en su verdad. Otros modos esenciales de hacerse presente y
de fundarse la verdad son la acción (humana) que funda un Estado; la proximidad
de lo sagrado o de aquello más ente de lo ente; el sacrificio esencial, y el decir
del pensador o del poeta. Lo que el arte produce o aquello que nos sale al encuentro
como tal, en una realidad que nos resulta indiscutible, lo analizó Heidegger,
a su vez, en un texto de reciente edición, escrito en vísperas de la Segunda Guerra
Mundial, y que lleva por título: Meditación El filósofo reparaba allí en la futura
disolución de los géneros de arte, que en el fondo ya sólo consistirían, por su
título, "en zonas de ocupación irreal y apartadas para románticos tardíos y sin
futuro" El arte no vale más como grupo de obras, sean estos cuadros, la plástica;
o la ejecución de las respectivas obras musicales; o la composición de poemas
y dramas, u obras que instauren y levanten un mundo que lo hiciera el templo griego
o el cuadro de Van Gogh. La palabra, el tono y la imagen son medios para articularnos
y movernos, para remecer y aglomerar a las masas; en fin: formas de instalar.
La fotografía y el cine no pueden ser comparados históricamente con las viejas
obras de arte, ni pueden ser medidos más por ellas; éstas tienen su propia ley,
su medida en la esencia consumada metafísicamente por el "arte", entendido hoy
como un montaje por la fabricación y organización asegurada del ente. Una nueva
meditación del arte como la que propone Heidegger aquí, no busca, sin embargo,
alcanzar una nueva dirección histórica en la empresa llevada por el arte, sino
poner a decisión un cambio de naturaleza esencial en el arte, entendiendo a ésta
desde una toma de decisión básica acerca del dominio manipulador del ente y la
fundación de la verdad del Ser. Tal meditación se sale de toda historia del arte
conocida, de tal modo que, una pretendida superación de la estética sólo se lograría
cambiando las consideraciones del arte habidas hasta ahora. Preguntar por la obra
tiene otro sentido, ahora, si la observamos a partir del Ser mismo y de la fundación
de su verdad. La obra misma llena allí la tarea esencial, cual es: desplegar una
decisión por el Ser. La obra de arte es considerada en ello como el claro del
ocultamiento del Ser, cuyo lugar contiene la decisión para una esencia distinta
del hombre. El arte tiene allí, ante todo, el carácter del Das-sein , de modo
que, sólo es obra lo que pone a decisión, en esencia, el despliegue de los dioses
y del hombre en medio del reclamo recíproco de tierra y mundo. Mientras ese eco
no sea oído, el arte no ha de conducir más que a una inadecuada y vana forma de
entretenimiento humano; a manifestarse como eco y constatación de algo delante
allí presente, o a dejarse imponer algo como un objeto causante de asombro, pero
nunca como siendo una obra. Aquello que no permita que impere una preparación
para una tal decisión, dentro de un círculo de vínculos que devuelva a las cosas
su perfil y rasgo propio y a los hombres la visión que tienen de sí mismos; mientras
haya escapado del todo el dios de su creación, no será nunca obra creada en el
arte, ni permitirá la presencia de ésta.
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