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Apuntes: La Flor de Lirolay Enviado
el Tuesday, April 09 @ 05:19:54 EST |
Este
era un rey ciego que tenía tres hijos. Una enfermedad desconocida le había quitado
la vista y ningún remedio de cuantos le aplicaron pudo curarlo. Inútilmente habían
sido consultados sabios más famosos.
Un
día llegó al palacio, desde un país remoto, un viejo mago conocedor de la desventura
del soberano. Le observó, y dijo que sólo la flor del lirolay, aplicada a sus
ojos, obraría el milagro. La flor del lirolay se abría en tierras muy lejanas
y eran tantas y tales las dificultades del viaje y de la búsqueda que resultaba
casi imposible conseguirla.
Los
tres hijos del rey se ofrecieron para realizar la hazaña. El padre prometió legar
la corona del reino al que conquistara la flor del lirolay.
Los tres hermanos
partieron juntos. Llegaron a un lugar en el que se abrían tres caminos y se separaron,
tomando cada cual por el suyo. Se marcharon con el compromiso de reunirse allí
mismo el día en que se cumpliera un año, cualquiera fuese el resultado de la empresa.
Los
tres llegaron a las puertas de las tierras de la flor del lirolay, que daban sobre
rumbos distintos, y los tres se sometieron, como correspondía a normas idénticas.
Fueron
tantas y tan terribles las pruebas exigidas, que ninguno de los dos hermanos mayores
la resistió, y regresaron sin haber conseguido la flor. El
menor, que era mucho más valeroso que ellos, y amaba entrañablemente a su padre,
mediante continuos sacrificios y con grande riesgo de la vida, consiguió apoderarse
de la flor extraordinaria, casi al término del año estipulado.
El día de
la cita, los tres hermanos se reunieron en la encrucijada de los tres caminos.
Cuando
los hermanos mayores vieron llegar al menor con la flor de lirolay, se sintieron
humillados. La conquista no sólo daría al joven fama de héroe, sino que también
le aseguraría la corona. La envidia les mordió el corazón y se pusieron de acuerdo
para quitarlo de en medio. Poco
antes de llegar al palacio, se apartaron del camino y cavaron un pozo profundo.
Allí arrojaron al hermano menor, después de quitarle la flor milagrosa, y lo cubrieron
con tierra. Llegaron
los impostores alardeando de su proeza ante el padre ciego, quien recuperó la
vista así que pasó por los ojos la flor de lirolay. Pero, su alegría se transformó
en nueva pena al saber que su hijo había muerto por su causa en aquella aventura.
De
la cabellera del príncipe enterrado brotó un lozano cañaveral.
Al pasar
por allí un pastor con su rebaño, le pareció espléndida ocasión para hacerse una
flauta y cortó una caña.
Cuando
el pastor probó modular en el flamante instrumento un aire de la tierra, la flauta
dijo estas palabras:
No
me toques, pastorcito, ni
me dejes tocar; mis
hermanos me mataron por
la flor de lirolay.
La
fama de la flauta mágica llegó a oídos del Rey que la quiso probar por sí mismo;
sopló en la flauta, y oyó estas palabras:
No
me toques, padre mío, ni
me dejes tocar; mis
hermanos me mataron por
la flor de lirolay.
Mandó
entonces a sus hijos que tocaran la flauta, y esta vez el canto fue así:
No me toquen,
hermanitos, ni
me dejen tocar; porque
ustedes me mataron por
la flor de lirolay.
Llevando
el pastor al lugar donde había cortado la caña de su flauta, mostró el lozano
cañaveral. Cavaron al pie y el príncipe vivió aún, salió desprendiéndose de las
raíces. Descubierta
toda la verdad, el Rey condenó a muerte a sus hijos mayores.
El joven
príncipe, no sólo los perdonó sino que, con sus ruegos, consiguió que el Rey también
los perdonara. El
conquistador de la flor de lirolay fue rey, y su familia y su reino vivieron largos
años de paz y de abundancia.
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