Hansel y Gretel
vivían con su padre, un pobre leñador, y su cruel madrastra, muy cerca de un espeso
bosque. Vivían con muchísima escasez, y como ya no les alcanzaba para poder comer
los cuatro, deberían plantearse el problema y tratar de darle una buena solución.
Una
noche, creyendo que los niños estaban dormidos, la cruel madrastra dijo al leñador:
-No
hay bastante comida para todos: mañana llevaremos a los niños a la parte más espesa
del bosque y los dejaremos allí. Ellos no podrán encontrar el camino a casa y
así nos desprenderemos de esa carga.
Al
principio, el padre se opuso rotundamente a tener en cuenta la cruel idea de la
malvada mujer.
-¿Cómo
vamos a abandonar a mis hijos a la suerte de Dios, quizás sean atacados por los
animales del bosque? -gritó enojado.
-De
cualquier manera, así moriremos todos de hambre -dijo la madrastra y no descansó
hasta convencerlo al débil hombre, de llevar adelante el malévolo plan que se
había trazado.
Mientras
tanto los niños, que en realidad no estaban dormidos, escucharon toda la conversación.
Gretel lloraba amargamente, pero Hansel la consolaba.
-No
llores, querida hermanita-decía él-, yo tengo una idea para encontrar el camino
de regreso a casa.
A
la mañana siguiente, cuando salieron para el bosque, la madrastra les dio a cada
uno de los niños un pedazo de pan.
-No
deben comer este pan antes del almuerzo -les dijo-. Eso es todo lo que tendrán
para el día.
El
dominado y débil padre y la madrastra los acompañaron a adentrarse en el bosque.
Cuando penetraron en la espesura, los niños se quedaron atrás, y Hansel, haciendo
migas de su pan, las fue dejando caer con disimulo para tener señales que les
permitieran luego regresar a casa.
Los
padres los llevaron muy adentro del bosque y les dijeron:
-Quédense
aquí hasta que vengamos a buscarlos.
Hansel
y Gretel hicieron lo que sus padres habían ordenado, pues creyeron que cambiarían
de opinión y volverían por ellos. Pero cuando se acercaba la noche y los niños
vieron que sus padres no aparecían, trataron de encontrar el camino de regreso.
Desgraciadamente, los pájaros se habían comido las migas que marcaban el camino.
Toda la noche anduvieron por el bosque con mucho temor observando las miradas,
observando el brillo de los ojos de las fieras, y a cada paso se perdían más en
aquella espesura.
Al
amanecer, casi muertos de miedo y de hambre, los niños vieron un pájaro blanco
que volaba frente a ellos y que para animarlos a seguir adelante les aleteaba
en señal amistosa. Siguiendo el vuelo de aquel pájaro encontraron una casita construida
toda de panes, dulces, bombones y otras confituras muy sabrosas.
Los
niños, con un apetito terrible, corrieron hasta la rara casita, pero antes de
que pudieran dar un mordisco a los riquísimos dulces, una bruja los detuvo.
La
casa estaba hecha para atraer a los niños y cuando estos se encontraban en su
poder, la bruja los mataba y los cocinaba para comérselos.
Como
Hansel estaba muy delgadito, la bruja lo encerró en una jaula y allí lo alimentaba
con ricos y sustanciosos manjares para engordarlo. Mientras tanto, Gretel tenía
que hacer los trabajos más pesados y sólo tenía cáscaras de cangrejos para comer.
Un
día, la bruja decidió que Hansel estaba ya listo para ser comido y ordenó a Gretel
que preparara una enorme cacerola de agua para cocinarlo.
-Primero
-dijo la bruja-, vamos a ver el horno que yo prendí para hacer pan. Entra tú primero,
Gretel, y fíjate si está bien caliente como para hornear.
En
realidad la bruja pensaba cerrar la puerta del horno una vez que Gretel estuviera
dentro para cocinarla a ella también. Pero Gretel hizo como que no entendía lo
que la bruja decía.
-Yo
no sé. ¿Cómo entro? -preguntó Gretel.
-Tonta-dijo
la bruja,- mira cómo se hace -y la bruja metió la cabeza dentro del horno. Rápidamente
Gretel la empujó dentro del horno y cerró la puerta.
Gretel
puso en libertad a Hansel. Antes de irse, los dos niños se llenaron los bolsillos
de perlas y piedras preciosas del tesoro de la bruja.
Los
niños huyeron del bosque hasta llegar a orillas de un inmenso lago que parecía
imposible de atravesar. Por fin, un hermoso cisne blanco compadeciéndose de ellos,
les ofreció pasarlos a la otra orilla. Con gran alegría los niños encontraron
a su padre allí. Éste había sufrido mucho durante la ausencia de los niños y los
había buscado por todas partes, e incluso les contó acerca de la muerte de la
cruel madrastra.