En 1764 se suscitó el conflicto entre Inglaterra y sus colonias americanas,
provocado por las medidas fiscales tomadas por la metrópoli para resarcirse de
los
gastos causados durante la Guerra de los Siete Años
con Francia (1756-1763). La oposición de los norteamericanos a ser gravados
sin su consentimiento por la Corona culminó con la Declaración de Independencia
de los Estados Unidos, aprobada por el Congreso Continental de Filadelfia
el 4 de julio de 1776. Aun antes de este hecho, Francia había otorgado más
de 1 millón de libras a los colonos y permitido, en su apoyo, la salida de voluntarios;
más tarde reconoció al nuevo Estado (6 de febrero de 1778), firmó con él
tratados de alianza y comercio, declaró la guerra a Inglaterra y envió
a América las flotas de Rochambeau (1780) y de De Grase (1781), con cuyas
fuerzas pudo George Washington poner término a la guerra el 19 de octubre
de 1781. El 3 de septiembre de 1783 fue reconocida la Independencia de los Estados
Unidos en el Tratado de París, también llamado de Versalles.
Los 7 500 soldados de la expedición de Rochambeau, a su
regreso a Francia, divulgaron la imagen de una joven nación que se había
pronunciado contra el absolutismo de los reyes y consagrado el espíritu
democrático del calvinismo y de la revolución inglesa del siglo XVII. El ejemplo
norteamericano aparecía más sugestivo ante la opinión previamente abonada por
las ideas de Voltaire (1694-1778) contra el despotismo; las de Montesquieu
(1689-1755), sobre la división de los poderes; las de Rousseau (1712-1778),
relativas a los derechos y libertades del individuo; y las de Diderot (1713-1784)
y D'Alambert (1717-1783), enciclopedistas que exaltaron la prioridad y
la excelencia de la razón. Así, cuando en 1789 se reunieron los Estados Generales,
convocados por Luis XVI, para superar la crisis política y social estimulada por
la bancarrota del erario, a consecuencia de la guerra, se desbordó el ansia
de libertad y de igualdad. La Revolución Francesa (1789-1799), a lo largo
de sus etapas sucesivas -Asamblea Nacional, Asamblea Constituyente (1789-1791),
Asamblea Legislativa (1791-1792), Convención (1792-1795) y Directorio (1795-1799)-
abolió los privilegios, destruyó el poder real, los parlamentos y las corporaciones
e inutilizó el poder de la Iglesia, pero a la postre propició el golpe
de Estado de Napoleón (9 y 10 de noviembre de 1799), que así se convirtió en primer
cónsul y luego en emperador. Ya para entonces se había divulgado en todo
el mundo la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano proclamada
por la Asamblea Constituyente de Francia (27 de agosto de 1789), expresión
de los postulados del liberalismo (v. texto completo). España
estaba unida a Francia por sucesivos "pactos de familia" (1733, 1743 y 1761) concertados
para contrarrestar el poderío inglés en Europa y América; pero cuando el 21 de
enero de 1793 fue guillotinado Luis XVI por acuerdo de la Convención, Carlos
IV declaró la guerra a la República Francesa. Dos años más tarde (22 de
julio de 1795) se restauró la relación amistosa mediante la firma de la
paz en Basilea, y el 18 de agosto de 1796 el gobierno español firmó una
alianza defensiva y ofensiva con el Directorio, sólo para el caso de guerra con
la Gran Bretaña. El conflicto con ésta estalló el 7 de octubre siguiente,
en cuyo curso Carlos IV (Tratado de San Ildefonso, del 1° de octubre de
1800) devolvió a Francia la Luisiana -que había recibido en 1762 como compensación
por la pérdida de Florida, pero que no podía defender de los ingleses-,
a cambio de que Napoleón creara el reino de Etruria para el yerno del monarca
español, el príncipe de Parma. Las hostilidades con los británicos cesaron
el 27 de marzo de 1802 en virtud de Tratado de Amiens. El
2 de diciembre de 1804 Napoleón fue ungido emperador y otra vez Inglaterra encabezó
una coalición para combatirlo. España, aunque quiso mantenerse neutral,
fue atacada y el 12 de diciembre de 1804 Carlos IV declaró la guerra a
los ingleses y concertó una alianza marítima con Francia (enero de 1805).
El propósito de asaltar las islas británicas naufragó en la desastrosa batalla
de Trafalgar (21 de octubre). Deseoso más tarde Napoleón de cortar a Inglaterra
todo apoyo que procediera del continente, convino con España la invasión
y el reparto de Portugal (Tratado de Fontainebleu, del 27 de octubre de
1807), para lo cual las tropas francesas tuvieron libre paso por la Península.
La ocupación de Portugal, cuyos reyes huyeron al Brasil, ocurrió en noviembre
de ese año, pero en los meses siguientes nuevas tropas francesas penetraron a
España y ocuparon, entre otras ciudades, San Sebastián, Pamplona, Vitoria,
Burgos, Valladolid y Barcelona. Aun cuando el primer ministro Godoy había
favorecido la expansión napoleónica, guiado por la ambición de regir o
gobernar parte de Portugal, quiso en el último momento huir a América con
la familia real, lo cual impidió el pueblo amotinado en Aranjuez la noche del
17 de marzo de 1808. El 19 siguiente Carlos IV abdicó en favor de su hijo
el príncipe de Asturias, que asumió el nombre de Fernando VII. Éste se
convirtió en símbolo de las reformas a las que aspiraba la sociedad española,
irritada por la corrupción del gobierno y por la subordinación de la Corte
a los designios de Napoleón. El recibimiento que el pueblo de Madrid hizo a Fernando
el 24 de marzo justificó el calificativo de El Deseado que le daban sus
contemporáneos. Napoleón, sin embargo, temeroso de que el nuevo monarca
no le fuera dócil, le negó el reconocimiento y lo indujo a conversar con
él en Bayona. El 10 de abril emprendió el viaje Fernando VII; el 2 de mayo
se sublevaron los madrileños y fueron violentamente reprimidos por las fuerzas
invasoras de Joaquín Murat; el día 6 siguiente, ya en territorio de Francia,
Fernando restituyó la corona a su padre, quien ya la había cedido de antemano
a Napoleón; y el 4 de junio, éste proclamó rey de España a su hermano José
Bonaparte. Fernando fue confinado al castillo de Valencay -donde estaría
hasta 1814- y mientras tanto el pueblo español organizaba, en el orden político,
las juntas provinciales y, en el militar, las guerrillas, que iban a sostener
durante seis años la guerra de independencia. La noticia
de las renuncias de Fernando VII y Carlos IV al trono de España se recibió en
la ciudad de México el 14 de julio de 1808. El grave problema de la vinculación
de la Colonia con su metrópoli -había desaparecido la autoridad legítima-
fue planteada el día 15 por el virrey José de Iturrigaray al Real Acuerdo
-cuerpo formado por los oidores para asesorarlo en los asuntos difíciles-,
que sólo acordó no acatar orden alguna de Murat. El día 19, sin embargo, el Ayuntamiento
de la ciudad de México, "en representación de todo el reino", entregó al virrey
un memorial con los siguientes puntos: que las reales renuncias eran nulas
porque fueron "arrancadas por la violencia"; que la soberanía radicaba
en todo el reino y en particular en los cuerpos que llevaban la voz pública,
"quienes la conservarían para devolverla al legítimo sucesor, cuando se hallase
(España) libre de fuerzas extranjeras"; y que, en consecuencia, debía el virrey
continuar provisionalmente en el gobierno. Los oidores objetaron la representación
que se arrogaron los regidores (21 de julio), pero éstos, aparte de sostener
su razón (3 de agosto), propusieron que se reuniera una junta de las principales
autoridades de la ciudad -virrey, oidores, arzobispos, canónigos, prelados
de religiosos, inquisidores, jefes de oficina, títulos, vecinos principales y
gobernadores de las parcialidades de indios- para examinar el asunto, lo
cual ocurrió el día 9. El licenciado Francisco Primo de Verdad y Ramos,
síndico del Ayuntamiento, planteó la necesidad de formar un gobierno provisional
y propuso el desconocimiento de las juntas peninsulares, cuya creación
se había conocido en México desde el 29 de julio. Los oidores y fiscales se opusieron
con vehemencia y opinaron lo contrario, y el inquisidor Prado y Ovejero
declaró "proscrita y anatemizada por la Iglesia" la afirmación de que la
soberanía había vuelto al pueblo. Convinieron, en cambio, en que Iturrigaray
continuara como lugarteniente de Fernando VII, a quien todos juraron fidelidad
el 15 de agosto. Para entonces eran ya ostensibles los dos partidos antagónicos:
los españoles sospechaban que el Ayuntamiento aspiraba a la independencia,
y los criollos suponían que la Audiencia deseaba mantener la subordinación
a España, aun sometida a Napoleón. El 12 de agosto Iturrigaray
dispuso que no se obedeciera a ninguna junta peninsular, a menos que fuera
creada por Fernando VII, con lo cual, estando el monarca prisionero, se desligaba
de toda autoridad en España. El 31 siguiente el alcalde de corte Jacobo
de Villaurrutia pidió al virrey que convocase a un congreso, lo cual hizo
éste al siguiente día, instando a todos los ayuntamientos del país a que
nombrasen sus representantes, y mandando a la capital al regimiento de Infantería
de Celaya y al de Dragones de Aguascalientes, cuyos comandantes le eran
adictos. Estos hechos persuadieron a los españoles de las intenciones independentistas
del virrey y decidieron deponerlo. La noche del 15 de septiembre, 300 hombres,
encabezados por el rico comerciante Gabriel de Yermo y con la complicidad
de la guardia de palacio, entraron a éste e hicieron prisionero a Iturrigaray,
a quien enviaron a la Inquisición con sus dos hijos mayores. Mientras tanto,
los oidores, el arzobispo y otros notables, reunidos en la sala de acuerdos, declararon
al virrey separado de su cargo y nombraron para sustituirlo al mariscal
de campo Pedro Garibay. Fueron también detenidos el licenciado Verdad,
Juan Francisco Azcárate y Lezama, José Antonio Cristo y fray Melchor de
Talamantes. Este último y Verdad murieron en prisión. A fray Melchor de
Talamantes se atribuye haber sido el director intelectual del movimiento. A juzgar
por los papeles que se le encontraron, pensaba que no debían elegirse diputados,
pues los ayuntamientos eran los representantes del pueblo; y que los delegados
de éstos, constituidos en Congreso Nacional Americano, debían ejercer todos
los derechos de la soberanía, "reduciendo sus operaciones a los puntos
siguientes: 1. Nombrar al virrey capitán general del reino y confirmar en
sus empleos a todos los demás. 2. Proveer todas las vacantes civiles y eclesiásticas.
3. Trasladar a la capital los caudales del erario... 4. Convocar un concilio
provisional para acordar los medios de suplir lo que está reservado a su
Santidad. 5. Suspender al tribunal de la Inquisición la autoridad civil,
dejándole sólo la espiritual, y ésta sujeta al metropolitano. 6. Erigir un tribunal
de revisión de la correspondencia de Europa... 7. Conocer y determinar
los recursos que las leyes reservaban a S.M. 8. Extinguir todos los mayorazgos
y vínculos, capellanías y cualesquiera otras pensiones pertenecientes a
individuos existentes en Europa, incluso el estado y marquesado del Valle.
9. Declarar terminados todos los créditos activos y pasivos de la metrópoli...
10. Extinguir la Consolidación, arbitrar medios, indemnizar a los perjudicados
y restituir las cosas a su estado primitivo. 11. Extinguir todos los subsidios
y contribuciones eclesiásticas, excepto las de media anata y de dos novenos.
12. Arreglar los ramos de comercio, minería, agricultura e industria, quitándoles
las trabas. 13. Nombrar embajador que pase a los Estados Unidos a tratar de
alianza y pedir auxilios". El 25 de septiembre de 1808 se constituyó
en Aranjuez la Junta Suprema Central y Gubernativa que sustituyó a las
muchas otras provinciales que se habían formado en España al iniciarse la guerra
de independencia, y que en diciembre se trasladó a Sevilla cuando los franceses
cruzaron Somosierra. El virrey Garibay reconoció la potestad de ese cuerpo
-formado por 34 diputados y presidido primero por Floridablanca y luego,
a la muerte de éste, por Jovellanos- y le envió 11 millones de pesos -9
del erario y 2 de particulares-, 100 cañones que fundió Manuel Tolsá, pagados
por el Tribunal de Minería, y cientos de fusiles que compró a los ingleses en
Jamaica. El acto más importante de su gobierno, por las consecuencias que habría
de tener, fue el licenciamiento del ejército acantonado en Jalapa y Perote
desde 1806 en previsión de un ataque de los ingleses. Estos 14 mil hombres
estaban bajo el mando de oficiales criollos, resentidos por el golpe de
mano de los españoles contra Iturrigaray y recelosos de que el país fuera
a ser entregado a los franceses. Cuando volvieron a sus lugares de origen, estimularon
las conspiraciones en el sentido de la Independencia, dispuestos a defender
los derechos de Fernando VII. El 19 de julio de 1809 el arzobispo
de México, Francisco Javier de Lizana y Beaumont, sustituyó a Garibay en
el virreinato por instrucciones de la Junta Suprema de Sevilla. En septiembre
de ese año empezó en Valladolid (actual Morelia) una conjura para crear
una junta que gobernase en nombre del monarca prisionero, si España sucumbía,
como todos pensaban, al poder de Napoleón. Estaban comprometidos los militares
José María García de Obeso, José Mariano Michelena, Mariano Quevedo, Ruperto
Mier y Manuel Muñiz, procedentes del disuelto acantonamiento; los licenciados
José Nicolás Michelena y Soto Saldaña; el cura Manuel Ruiz de Chávez, de
Huango; el franciscano Vicente de Santa María y Luis Correa. Denunciados por Francisco
de la Concha, cura del sagrario, fueron aprehendidos el 21 de diciembre, fecha
en que pensaban poner en ejecución sus planes apoyados por algunos soldados
y por los indígenas michoacanos, a quienes habían prometido eximir de sus
tributos. El arzobispo-virrey fue muy benévolo con los detenidos, pues
siguiendo el clima general de la opinión se inclinaba hacia el partido
de los criollos. Persiguió, en cambio, a los más exaltados españoles: entre otros,
a Marcos Barazaluce, que pretendió viajar a España para pedir su cambio;
y al oidor Aguirre y a Juan López Cancelada, editor de La Gaceta, que lo
censuraban. En las otras colonias españolas de América ocurrieron acontecimientos
semejantes: en Montevideo, el 21 de septiembre de 1808, el gobernador Francisco
Javier Elío constituyó una junta para oponerla al virrey de Río de la Plata,
Santiago Liniers y Bremond, simpatizante de los criollos; el 24 de julio
de 1809 se formó en La Paz, por el método de cabildo abierto, la Junta Tuitiva,
que presidió Pedro Domingo Murillo, y el 10 de agosto, en Quito, la Junta Soberana,
bajo la dirección de Juan Pío María de Montúfar y Larrea, marqués de Selva
Negra. En estos dos últimos casos se trataba de regir esos países de modo
autónomo, aunque a nombre de Fernando VII. Los tres organismos se disolvieron
antes de 1810. En Nueva Granada, el virrey Antonio Amar y Borbón permitió
que se celebrara, del 6 al 11 de septiembre de 1809, una junta de notables
donde Camilo Torres propuso la creación de un cuerpo integrado por diputados de
las provincias. Aun cuando no se tomó ningún acuerdo, quedaron formados,
de hecho, los partidos español y criollo. En 1810 los franceses
ocuparon la mayor parte de España, desapareció la Junta Suprema Central instalada
en Cádiz y se constituyó la Regencia -gobierno de una monarquía en ausencia del
rey-, a cuyo Supremo Consejo, con sede en la isla de León, pertenecía Miguel
de Lardizábal y Orive, natural de Nueva España. El 14 de febrero se convocó
a Cortes -asamblea legislativa- para darle al reino una nueva Constitución,
incluyendo por vez primera la asistencia de representantes americanos.
La orden para que los ayuntamientos de las capitales nombrasen a sus diputados
se publicó en México el 18 de mayo, cuando ya se había separado al arzobispo Lizana
y confiado la administración del virreinato a la Audiencia (a partir del
día 8 anterior), con lo cual cambió de signo la relación de los criollos
con el gobierno. Parte de la proclama que antecedía a la convocatoria estaba
dirigida a los españoles del Nuevo Mundo: "Desde este momento -decía- os
véis elevados a la dignidad de hombres libres, no soís ya los mismos que antes,
encorvados bajo un yugo mucho más duro mientras más distantes estábais
del centro del poder, mirados con indiferencia, vejados por la codicia
y destruidos por la ignorancia. Tened presente que... vuestros destinos
ya no dependen ni de los ministros, ni de los virreyes, ni de los gobernadores;
están en vuestras manos". Aunque este reconocimiento de las demandas de los criollos
representaba un esfuerzo para detener las revoluciones de independencia en América,
el efecto que provocó fue el contrario. El liberalismo español, sensibilizado
por la sublevación popular contra la invasión extranjera, estimulaba sin
desearlo los movimientos de emancipación de sus colonias. El
19 de abril de 1810, se formó en Caracas la Junta Suprema, conservadora de los
derechos de Fernando VII; el 25 de mayo, la de Buenos Aires; el 20 de julio,
la de Santa Fe de Bogotá; el 18 de septiembre, la de Santiago de Chile;
el 19 siguiente, la de Quito, y en otras fechas las de Paraguay, Salvador,
Cuzco, y León, en Nicaragua. En todas ellas se negó reconocimiento a la Regencia
y se rechazó la sumisión a todo gobierno de la metrópoli, se invocó que la soberanía
volvía al pueblo mientras el monarca estuviese prisionero, se persiguió
a los españoles y, en algunos sitios, como Argentina, empezó la guerra;
se declaró la libertad de comercio, se establecieron relaciones diplomáticas
con Inglaterra y Estados Unidos, se armaron ejércitos nacionales, se convocó
a congresos y sobrevino la separación de España. Aun cuando fue varias veces
reprimida, Venezuela proclamó la República el 5 de julio de 1811, la primera en
Hispanoamérica. En Querétaro, mientras tanto, se formalizaba
cada vez más la conspiración cuya denuncia iba a precipitar el comienzo
de la revolución mexicana de Independencia, pues la alternativa de crear
una junta, como en el resto de América, se había cancelado en 1808. Aparentando
ser una academia literaria y bajo la protección del corregidor Miguel Domínguez,
se reunían en la casa del presbítero José María Sánchez los licenciados
Parra, Laso y Altamirano, los militares Arias, Lanzagorta, Allende y Aldama
-estos dos últimos iban secretamente desde San Miguel- y los hermanos Emeterio
y Epigmenio González. El cura de Dolores, Miguel Hidalgo y Costilla, estaba vinculado
con Domínguez desde hacía tiempo y con Allende a partir de 1808. En febrero de
1810 viajó con éste a Querétaro para conocer el plan revolucionario del
doctor Manuel Iturriaga, que consistía en formar, en las principales ciudades,
juntas que propagasen la inconformidad con los españoles y rechazaran la
idea de que la Nueva España quedara sometida a los franceses, en declararse
simultáneamente por la independencia, en expulsar a los peninsulares y en ejercer
el gobierno, a nombre de Fernández VII, mediante una asamblea formada por
representantes de las provincias. En los meses siguientes, aparte la de
Querétaro, se integraron las juntas de San Miguel, Celaya, Guanajuato,
San Felipe, San Luis Potosí y la ciudad de México; se convino nombrar jefe
del movimiento al cura Hidalgo y se señaló el 1° de diciembre y luego el 2 de
octubre como fecha de la sublevación. Sin embargo, las denuncias de Arias,
en Querétaro (10 de septiembre), y de Juan Garrido, en Guanajuato (día
13), precipitaron los acontecimientos y la madrugada del 16 de septiembre
Hidalgo dio el grito de Independencia. Sus primeros pronunciamientos, según
Pedro García, fueron contra la subordinación política y económica: "Mis amigos
y compatriotas -dijo en su arenga-: no existen ya para nosotros ni el rey ni los
tributos; esta gabela vergonzosa, que sólo conviene a los esclavos, la
hemos sobrellevado hace tres siglos como signo de tiranía y servidumbre;
terrible mancha que sabremos lavar con nuestros esfuerzos. Llegó el momento
de nuestra emancipación; ha sonado la hora de nuestra libertad; y si conocéis
su gran valor, me ayudaréis a defenderla de la garra ambiciosa de los tiranos". La
crisis del imperio español, provocada por la invasión francesa a la Península,
puso de relieve y actualizó, en términos de acción política y de lucha
armada, las corrientes y las tensiones de la sociedad novohispana que habían
venido fraguándose a lo largo del periodo colonial. Había entonces en Nueva
España 6.5 millones de habitantes, divididos en tres clases: españoles, indios
y castas. Los primeros representaban una décima parte de la población y
eran dueños de casi toda la propiedad y de las demás riquezas del país;
los otros se ocupaban de los servicios domésticos, los trabajos agropecuarios
y mineros, el pequeño comercio y los oficios. Decía el obispo electo de
Michoacán, Manuel Abad y Queipo, en una representación dirigida al rey de España
en 1799, que había entre unos y otros "la oposición de intereses y de afectos
que es regular entre quienes nada tienen y los que lo tienen todo, entre
los dependientes y los señores..., porque no hay graduaciones o medianías:
son ricos o miserables, nobles o infames". Añadía el prelado que "el color,
la ignorancia y la miseria" colocaban a los indios "a una distancia infinita de
un español": circunscritos a 600 varas de radio en torno a sus pueblos,
no tenían propiedad individual, ni podían disponer del producto de sus
tierras colectivas sin autorización de la Real Hacienda; no les estaba
permitido mezclarse con las otras clases -por lo menos legalmente-, ni tratar
ni contratar, de suerte que se mantenían aislados, sujetos en sus propias
comunidades al despotismo de los caciques. Los miembros de las castas -mestizos,
mulatos y zambos-, a su vez, se hallaban infamados por derecho como descendientes
de esclavos y estaban sujetos al pago de tributos. Los españoles
se distinguían en europeos y americanos, o sea gachupines y criollos, separados
entre sí por una antigua y arraigada enemistad. Los primeros actuaban persuadidos
de que "esto es una colonia que debe depender de su matriz y corresponder
a ella con algunas utilidades por los beneficios que recibe de su protección",
según dijo alguna vez el virrey conde de Revillagigedo; y los segundos,
cuyos ascendientes conquistaron el país y lo sentían por ello como propio,
se quejaban de no poder ascender, por lo común a las más altas dignidades, de
no disfrutar de empleos y prerrogativas suficientes, de pagar impuestos
excesivos y de estar restringidos en sus actividades. Pero más en el fondo
de la situación, los criollos representaban el advenimiento de un pueblo
nuevo, distinto al peninsular, cuyas formas sociales y culturales, si bien eran
una prolongación de las europeas, estaban singularizadas por la herencia y la
influencia indígenas, la geografía local y las peculiaridades de la actividad
económica. Ya desde la primera mitad del siglo XVII el guadalupanismo,
el arte y las letras apuntaban la formación de una conciencia nacional,
la cual habría de madurar, en el siglo XVIII, cuando los espíritus más selectos
entraron en contacto con la filosofía de la razón, fueron seducidos por
la apertura intelectual del enciclopedismo y se conmovieron ante los grandes
ejemplos de la Independencia norteamericana y la Revolución Francesa. Así,
cuando los acontecimientos de 1808 pusieron en crisis a la metrópoli, los
criollos mexicanos se sintieron aptos para la Independencia. Durante
la primera etapa de la guerra (16 de septiembre de 1810 al 21 de marzo de 1811),
las fuerzas insurgentes, comandadas por Hidalgo y Allende, fueron engrosándose,
a partir de Dolores, en Atotonilco, San Miguel, Celaya, Salamanca, Irapuato
y Silao; libraron batalla por la toma de Guanajuato (28 de septiembre),
tomaron sin resistencia Valladolid (17 de octubre), derrotaron a los realistas
en el monte de las Cruces (30 de octubre), desistieron de acercarse aún más
a la ciudad de México, regresando hacia el Bajío, y en Aculco fueron derrotadas
y diezmadas (7 de noviembre) por el ejército virreinal. Hidalgo huyó a
Valladolid y Allende a Guanajuato. Este descalabro se compensó en cierto
modo con la acción de otros jefes insurgentes en distintos lugares del
país: Rafael Iriarte, en León, Aguascalientes y Zacatecas; los legos juaninos
Luis de Herrera y Juan de Villerías, en San Luis Potosí; Tomás Ortiz y Benedicto
López, en Toluca y Zitácuaro; Ávila y Ruvalcaba, en Cuernavaca; Miguel
Sánchez y Julián Villagrán, en el extenso valle del Mezquital; José María
Morelos, en la Tierra Caliente de Michoacán y Guerrero; Gómez Portugal,
Godínez, Alatorre y Huidobro, en el valle alto de La Barca; y José Antonio
Torres, en territorio de Colima y en el sur de Jalisco, hasta que al fin tomó
Guadalajara (11 de noviembre), abriendo el camino para que Hidalgo entrase
a la antigua capital novogalaica el 26 de noviembre. Poco tiempo tuvo el
caudillo para disponer y legislar: entre esa fecha y el 13 de diciembre,
nombró jefes de las fuerzas insurgentes de San Blas, al cura José María
Mercado; de Tepic, a Rafael Híjar; de Chihuahua, a Simón de Herrera, y de las
Provincias Internas de Occidente, a José María González Hermosillo; publicó
el decreto de abolición de la esclavitud, derogación de tributos, prohibición
del uso del papel sellado y extinción de estancos; ordenó que las tierras
se entregaran a los naturales, sin que pudieran volver a arrendarse (5 de diciembre);
señaló un plazo de 10 días para que los amos pusieran en libertad a los esclavos
(6 de diciembre); nombró ministro de Estado y del Despacho a Ignacio López
Rayón, y de Gracia y Justicia a José María Chico; designó cuatro oidores;
expidió credenciales como representante diplomático en Estados Unidos a
Pascasio Ortiz de Letona, y confió a Francisco Severo Maldonado la edición
de El Despertador Americano. Estas acciones respondían al doble carácter
-libertario y agrario- del movimiento de Independencia. A estos hechos siguieron
la desastrosa batalla de Puente de Calderón (17 de enero), la huida hacia el norte,
con la esperanza de hallar auxilio en Estados Unidos, y el prendimiento
y muerte de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez, principalmente. V. HIDALGO
Y COSTILLA, MIGUEL. El nuevo virrey, Francisco Javier Venegas, quien
sustituyó a la Audiencia, había llegado a Veracruz el 25 de agosto y a
la ciudad de México el 13 de septiembre, tres días antes de la sublevación.
Al organizar la contraofensiva se sirvió del general Félix María Calleja del Rey,
quien después de Aculco, recuperó Guanajuato (25 de noviembre), derrotó
a Hidalgo y a Allende en Puente de Calderón y recobró Guadalajara (21 de
enero de 1811) y San Luis Potosí (5 de marzo); el también brigadier José
de la Cruz, que reintegró a la Corona Valladolid (28 de diciembre de 1810);
Alejo García Conde, gobernador de Sonora, que venció a Hermosillo en San
Ignacio Piaxtla (8 de febrero de 1811); Manuel Ochoa, que retomó Zacatecas (17
de febrero); y otros jefes que derrotaron a los insurgentes en San Blas
(31 de enero), San Antonio de Béjar (1° de marzo) y Monclova (17 de marzo).
En estas acciones murieron el cura José María Mercado, Ignacio Aldama,
el padre Salazar, Villerías y Herrera. Iriarte, a su vez, fue fusilado
por los mismos insurgentes. Del grueso de la fuerza inicial, sólo sobrevivió el
cuerpo de 6 mil hombres cuyo mando confió Allende en Saltillo a Ignacio
López Rayón, antes de partir rumbo a Estados Unidos. Éste realizó una brillante
retirada hacia el sur, internándose en Michoacán. La segunda etapa
(abril de 1811 a 22 de diciembre de 1815) se caracterizó por el recrudecimiento
de la guerra en el centro del país y por la expresión, mucho más clara, de los
principios ideológicos del movimiento, en los cuales estuvieron inspirados
los intentos de organización gubernamental. Gracias a las victorias que
tuvieron en Zitácuaro Juan B. de la Torre (20 de marzo de 1811) y López
Rayón (22 de junio), pudo éste, el 19 de agosto, establecer en esa ciudad
la Junta Nacional, que conservaría -al igual que en España- los derechos de Fernando
VII, organizaría los ejércitos y procuraría libertar a la patria de la opresión.
Por elección de 10 jefes regionales -Ignacio Martínez, Tomás Ortiz, Benedicto
López, José Vargas, Juan Albarrán, José Ignacio Ponce de León, Manuel Manso,
José Miguel Serrano, Remigio Yarza y José Ignacio Ezaguirre- fueron electos
vocales López Rayón -que sería presidente-, José María Liceaga y José Sixto
Berduzco, cura éste de Tusantla. El cuerpo tomó el nombre de Suprema Junta
Nacional Americana o Congreso Nacional Gubernativo. A José María Morelos se
le expidió nombramiento de teniente general y más tarde se le nombró cuarto vocal.
El 1° de enero de 1812 la Junta abandonó Zitácuaro ante el ataque de las
fuerzas de Calleja, que incendiaron "la infiel y criminal villa" y despojaron
de todos sus derechos a los pueblos indígenas comarcanos. Los vocales huyeron
a Tlalchapa y luego a Sultepec, donde el doctor José María Cos, cura del
burgo de San Cosme (hoy Villa Cos, Zac.), publicó un manifiesto, sus Planes de
paz y guerra (16 de marzo) y los periódicos El Ilustrador Nacional (11
de abril al 30 de mayo) y El Ilustrador Americano (a partir del 27 de mayo).
Sostenía Cos "la residencia de la soberanía en la masa de la nación", que
los españoles no podían atribuirse la potestad de representar al monarca
y que los americanos no debían obedecer a los peninsulares; si éstos aceptaban
la formación en México de un Congreso que defiendese los derechos del rey prisionero,
renunciando a sus empleos y a las armas, América contribuiría a los gastos de
la lucha contra Napoleón; de otro modo, se trataría de suavizar los extremos
de la guerra, pues ambos bandos reconocían a Fernando VII. Casi simultáneamente
(20 de abril), Rayón envió a Morelos su proyecto de Constitución -Elementos
Constitucionales-, que establecía la religión católica sin tolerancia de
otra; sostenía que el pueblo era el origen de la soberanía, la cual residía en
Fernando VII, y sería ejercida por tres organismos -una Junta, un Consejo
de Estado y un Congreso de representantes nombrados por los ayuntamientos-,
aun cuando la iniciación de las leyes se reservaba a un "protector nacional";
preveía un generalísimo, nombrado por el Consejo y con poderes dictatoriales,
para tiempos de guerra; declaraba la libertad de comercio y la de imprenta
en materias científicas y políticas; adoptaba el Habeas corpus para la seguridad
personal, y suprimía la esclavitud, las castas, el tormento y los exámenes
a los artesanos. Mientras tanto, la Constitución de Cádiz -10 títulos
con 384 artículos- fue jurada por las Cortes de España el 19 de marzo de
1812, y promulgada en México el 30 de septiembre siguiente, al pie de la
estatua ecuestre de Carlos IV, al centro de la plaza Mayor, que en ese acto cambió
su nombre por el de la Constitución. Redactada para normar la monarquía, implantó
la soberanía nacional y acabó con el poder absolutista: el Título III atribuyó
amplias facultades a las Cortes e impuso severas restricciones al monarca,
al punto de que las oficinas públicas, que añadían a su denominación el
adjetivo real, usaron a partir de ese momento el de nacional. Las novedades
jurídicas que más interesaron en Nueva España, sin embargo, fueron la libertad
de imprenta (Artículo 371) y el derecho electoral para el nombramiento
de ayuntamientos (artículos 309 a 337). Como consecuencia de lo primero,
se publicaron multitud de impresos, entre otros los periódicos El Juguetillo,
de Carlos María de Bustamante, y El Pensador Mexicano, de Joaquín Fernández
de Lizardi; y, a resultas de lo segundo, el 29 de noviembre, en medio de un gran
regocijo, el pueblo eligió a los electores, todos mexicanos, que a su vez deberían
nombrar a los miembros del nuevo Ayuntamiento de la capital. El mismo resultado
tuvieron los comicios en Puebla, Toluca y otras ciudades. Estos primeros
ensayos de democracia fueron reprimidos por el virrey, de acuerdo con la
Audiencia: el 5 de diciembre suspendió la vigencia del Artículo 371 y a fines
del mes dispuso que continuasen ejerciendo las antiguas corporaciones municipales
y que quedasen sin efecto todas las demás prescripciones de la Constitución.
Estos hechos provocaron el recrudecimiento de la revolución de Independencia.
En julio del año siguiente, 31 diputados americanos, encabezados por Miguel
Ramos Arizpe, pidieron que la Regencia de España diera cuenta a las Cortes
de estos irregulares acontecimientos, pero el Consejo de Estado confirmó
que en México, mientras durase la insurrección, debía existir un régimen militar. En
estas circunstancias, el 2 de noviembre de 1812 Morelos propuso a López Rayón,
desde Tehuacán, "que se le quite la máscara a la independencia", y el día
7, en una comunicación más explícita, insistió en evitar toda mención a
Fernando VII en los planes revolucionarios de gobierno. Pero si de este
modo se dirigía al presidente de la Junta Suprema en lo privado, en lo público
conservaba su aparente adhesión al monarca, a quien mandó jurar reconocimiento
y obediencia el 5 de diciembre siguiente, una vez que tomó la ciudad de
Oaxaca. Allí mismo, el día 23 dirigió un manifiesto aclarando algunas ideas:
"Las cortes de Cádiz han asentado más de una vez -decía- que los americanos
eran iguales a los europeos, y para halagarnos más nos han tratado de hermanos;
pero si ellos hubieran procedido con sinceridad y buena fe, era consiguiente,
que al mismo tiempo, que declararon su Independencia, hubieran declarado la nuestra,
y nos hubieran dejado en libertad de establecer nuestro gobierno, así como ellos
establecieron el suyo... Si ellos tienen por heroísmo -añadía- rechazar
el yugo de Napoleón, nosotros no somos tan viles y degradados que suframos
el suyo". José María Morelos había recibido de Hidalgo, el 20 de
octubre de 1810 en Indaparapeo, la misión de insurreccionar el sur. En
su recorrido inicial por la Tierra Caliente de Michoacán y la costa y la
sierra de Guerrero, se le unieron los hermanos Galeana, Vicente Guerrero, Juan
Álvarez y los miembros de la familia Bravo. En su primera campaña derrotó
a los realistas en Tres Palos, frente a Acapulco (5 de enero de 1811),
pero en febrero no pudo tomar la fortaleza de ese puerto; se apoderó de
Chilpancingo (24 de mayo) y Tixtla (26 de mayo), batió al realista Fuentes
(16 de agosto) y se posesionó de Chilapa y Tlapa (principios de noviembre). En
su segunda campaña se extendió al norte del actual Guerrero, al sur de
Puebla y al territorio de la entidad que llevaría su nombre: tomó Chiautla
(diciembre), dividió su ejército en tres cuerpos -Bravo hacia Oaxaca, Galeana
hacia Tasco y él mismo contra Izúcar-, entró a Cuautla (25 de diciembre),
a Tenango y a Tenanancingo (22 de enero de 1812) y regresó a Cuautla, para resistir
el sitio que le puso Calleja durante 58 días y que al fin rompió el 2 de
mayo. En el curso de estas acciones se le unieron José Manuel Herrera,
Mariano de Tapia, Mariano Matamoros, Juan Nepomuceno Rosáinz y Antonio
Sesma y sus hijos. La tercera campaña (junio de 1812 a agosto de 1813)
tuvo como puntos sobresalientes el combate de Huajuapan (13 de julio), la reorganización
de sus tropas en Tehuacán (10 de agosto a 7 de noviembre) -tomada desde el 6 de
mayo por el padre Sánchez-, la entrada a Orizaba para destruir el tabaco almacenado
por los realistas (29 de octubre) y las tomas de Oaxaca (25 de noviembre)
y de Acapulco (20 de agosto de 1813). Simultáneamente a estos
acontecimientos, operaban en Michoacán los jefes Muñiz, Navarrete, Anaya
y José Antonio Torres, que incomunicaron Valladolid durante ocho meses. Torres
fue al fin sorprendido, ahorcado y descuartizado (23 de mayo de 1812).
En Guanajuato se hicieron famosos los guerrilleros Albino García (fusilado
el 8 de junio de 1812), Bernardo Gómez de Lara (fusilado el 17 de noviembre
de 1811), Vicente Gómez y otros; en Huichapan y el Mezquital, los Villagrán;
y en el norte de Puebla y los llanos de Apan, Francisco Osorno. Después de Cuautla,
fueron significativas las acciones de los sacerdotes Alarcón y Moctezuma
contra Orizaba (28 de mayo de 1812) y Córdoba (3 de junio siguiente) y
la de Valerio Trujano en Yanhuitlán. Así, a fines de 1812, la capital del
virreinato estaba rodeada, aunque a distancia, por un círculo de fuerzas
insurgentes, ninguna de cuyas facciones estaba sometida a la autoridad de la Suprema
Junta Nacional Americana. El 17 de junio de 1812 los vocales habían salido
de Sultepec, acosados por los realistas: Rayón huyó a Tlalpujahua, Berduzco
a Huetamo y Liceaga a Yuriria. Cada uno libró por su cuenta combates infructuosos,
que suscitaron recriminaciones recíprocas, hasta que Rayón declaró suspensos
en su representación a sus colegas (abril de 1813). Morelos, deseando superar
las diferencias de la Junta, convocó en mayo de 1813 al Congreso de Chilpancingo,
cuyo reglamento formuló el 13 de septiembre. El Congreso Nacional
Constituyente se instaló en el templo parroquial de Chilpancingo el 14 de septiembre
de 1813, previa la reunión preparatoria del día 13, en que se atribuyó a la asamblea
el nombre de Primer Congreso de Anáhuac. Morelos había nombrado seis diputados
para representar a las provincias dominadas por los españoles: Rayón (Guadalajara),
Berduzco (Michoacán), Liceaga (Guanajuato), Carlos María de Bustamante
(México), José María Cos (Veracruz) y Andrés Quintana Roo (Puebla); y las
provincias de Tecpan y Oaxaca, en poder de los insurgentes, a José Manuel
Herrera y José María Murguía, respectivamente. A la instalación sólo concurrieron
estos dos últimos, Quintana Roo y Berduzco. Más tarde llegaron Bustamante (fines
de octubre), Rayón (2 de noviembre) y Liceaga (día 6 siguiente). Fueron secretarios
Cornelio Ortiz de Zárate y Carlos Enríquez del Castillo. En la primera
sesión formal, Morelos presentó, por conducto de Juan Nepomuceno Rosáinz,
su secretario, los Sentimientos de la Nación (v. texto completo), según
los cuales debía declararse la Independencia, ser la católica la única
religión, crear los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, dar los empleos
a los americanos, respetar la propiedad pero confiscar sus bienes a los
españoles, y abolir la esclavitud, las castas, los estancos y los tributos.
El día 15 se nombró generalísimo a Morelos con el tratamiento de alteza
serenísima, que declinó el caudillo para adoptar el de Siervo de la Nación, y
el 18 cesó la antigua Junta; pero cuando Rayón se incorporó a la asamblea, varias
veces requerido por Morelos, todavía sostuvo la idea de que el Congreso
gobernase a nombre de Fernando VII, lo cual fue rechazado por la mayoría
de diputados. Salvado este último obstáculo, el 6 de noviembre se firmó
el Acta solemne de la Declaración de la Independencia de América Septentrional
(v. texto completo), inspirada "en las presentes circunstancias de la Europa". Morelos
salió de Chilpancingo el 7 de noviembre a iniciar su cuarta campaña militar, cuyo
primer objetivo era la toma de Valladolid, apoyado por las fuerzas de Matamoros
y Nicolás Bravo, que hizo moverse desde Veracruz y Puebla. Aunque trató
de disimular estos movimientos, los conoció muy a tiempo Félix María Calleja,
que era ya virrey desde el 4 de marzo, quien movilizó hacia aquella plaza
las divisiones de Toluca y Guanajuato, al mando de Llano y Agustín de Iturbide.
El 23 de diciembre, los soldados de éstos y los de la guarnición tomaron
a dos fuegos a los hombres de Galeana y Bravo en El Zapote, dispersándolos;
el 24, una audaz incursión nocturna de Iturbide provocó un combate entre
los propios insurgentes, que fue desastroso; y el 5 de enero de 1814, en
Puruarán, los realistas acabaron con el resto del ejército independiente e hicieron
prisionero a Matamoros. Una columna realista, al mando de Armijo, avanzó
luego al sur y en las márgenes del Mezcala derrotó a la tropa de Víctor
Bravo, que protegía Chilpancingo. En cuanto los miembros del Congreso se
enteraron de estos sucesos, se trasladaron a Tlacotepec, donde se les unió Morelos,
al que despojaron del mando como generalísimo para asumir ellos el poder ejecutivo.
Armijo entró a Tixtla, Chilapa y Chilpancingo, derrotó a Rosáinz en Chichihualco,
a Guerrero, Galeana y los Bravo (19 de febrero) y puso en fuga a Morelos
y al Congreso. Mientras tanto, el Congreso hacía un penoso recorrido
por Ajuchitlán, Tlalchapa, Uruapan, las haciendas de Santa Efigenia y Tiripitío,
Ario y Apatzingán, en cuyo trayecto los diputados -algunos de los anteriores
y otros recién nombrados- fueron redactando los puntos de la Constitución.
Ésta, con el nombre de Decreto Constitucional para la libertad de la América Mexicana,
fue sancionada en Apatzingán el 22 de octubre de 1814. Consta de 242 artículos,
divididos en Principios o Elementos Constitucionales (seis capítulos),
dedicados a la religión, la soberanía, la ley y los derechos y obligaciones
de los ciudadanos; y Forma de Gobierno (22 capítulos), estableciendo el
Congreso, el Supremo Gobierno -formado por un triunvirato- y el Supremo
Tribunal de Justicia. Firmaron el documento los diputados José María Liceaga,
presidente (Guanajuato), José Sixto Berduzco (Michoacán), José María Morelos
(Nuevo Reino de León), José Manuel de Herrera (Tecpan), José María Cos
(Zacatecas), José Sotero de Castañeda (Durango), Cornelio Ortiz de Zárate
(Tlaxcala), Manuel de Aldrete y Soria (Querétaro), Antonio José Moctezuma
(Coahuila), José María Ponce de León (Sonora) y Francisco de Argándar (San
Luis Potosí), y los secretarios Remigio de Yarza y Pedro José Bermeo. Lo
promulgaron, como miembros del Supremo Gobierno, Liceaga -presidente-, Morelos
y Cos. López Rayón, Sabino Crespo, Quintana Roo, Bustamante y Sesma, aunque contribuyeron
a su redacción, no pudieron firmarlo por estar ausentes. El Decreto Constitucional
-redactado, según Morelos, por Herrera, Quintana Roo, Sotero Castañeda, Berduzco
y Argándar- estuvo inspirado en la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano de 1789 y parcialmente en la Constitución de Cádiz. Aparte de
que este documento era ineficaz en tiempos de guerra, por lo complicado
de los mecanismos de gobierno, entrañaba un absolutismo del Congreso, cuya
víctima principal habría de ser el propio Morelos. Después del desastre
de Puruarán, que de hecho puso término a su carrera militar, Morelos pasó a
la hacienda de Santa Lucía, a Coyuca, desde donde pidió al virrey canjear a Matamoros
por 200 prisioneros, y luego al puerto de Acapulco, donde mandó degollar
a éstos e incendiar la ciudad, una vez que se rechazó su oferta y Matamoros
fue fusilado. El 14 de abril Armijo recuperó Acapulco y uno de sus hombres,
el comandante Avilés, liquidó a Galeana el 22 de junio, en tanto las milicias
españolas de Guatemala tomaban Tehuantepec. Otra vez unido al Congreso,
en Ario, con sólo los hombres de su escolta, Morelos marchó con los diputados
a Uruapan y más tarde decidieron cambiar su sede a Tehuacán. La custodia
del grupo se confió a Morelos, muy a pesar de que el Artículo 168 de la
Constitución prohibía a los miembros del poder ejecutivo tener mando de
fuerza armada, salvo circunstancias extraordinarias. El 29 de septiembre
salió la caravana, por caminos inusuales, tratando de esquivar el encuentro con
los realistas. El virrey, por su parte, cubrió con tropas todas las posibles
rutas, desde Temascalcingo hasta Cuautla. El 3 de noviembre los representantes
de los poderes nacionales vadearon el río Mezcala en Tenango y el 5, estando
ya en Tezmalaca, fueron alcanzados por las fuerzas del teniente coronel
Manuel de la Concha. A poco de iniciado el combate, los insurgentes se dispersaron
y fueron perseguidos. Morelos, a pie y sin armas, fue detenido por Matías Carranco,
un antiguo soldado suyo que se pasó a las filas realistas. Conducido a
México, bajo la vigilancia de Concha, murió fusilado en San Cristóbal Ecatepec,
el 22 de diciembre de 1815. (V. MORELOS Y PAVÓN, JOSÉ MARÍA). En los meses
anteriores, López Rayón se refugió en las montañas del norte de Puebla,
e igual hizo Rosáinz, uno y otro nombrados por el Congreso para hacer la guerra
en las mismas áreas, lo cual provocó entre ellos serias desavenencias.
Cuando Zacatlán cayó en manos de los realistas (25 de septiembre), Rayón
huyó hasta Cóporo, y Rosáinz fue detenido por los propios insurgentes,
de quienes huyó en Chalco para indultarse e informar al virrey del estado de
la revolución. La tercera etapa de la guerra (1816-1819) se caracterizó
por la actividad de caudillos secundarios y la fugaz campaña de Francisco
Javier Mina. En el curso de 1816 los insurgentes sufrieron importantes
derrotas: Osorno fue batido por Concha en Venta de Cruz y San Felipe (21 y
23 de abril); Mariano Guerrero y Rafael Villagrán se acogieron al indulto (agosto);
los realistas recuperaron la isla de Janitzio, en el lago de Pátzcuaro
(13 de septiembre), el fuerte de Monte Blanco, junto a Córdoba (7 de noviembre),
la isla de Mezcala, en la laguna de Chapala (25 de noviembre), y el fuerte
de Cuiristarán (10 de diciembre), motivo por el cual depusieron las armas Herrera,
Cos, Gordiano, Guzmán, Vicente Gómez, el padre Castellanos, Encarnación Rosas,
José María Vargas y Melchor Múzquiz. En 1817 capitularon Ramón Rayón en
el fuerte de Cóporo, frente a Jungapeo (7 de enero), y Manuel de Mier y
Terán en el cerro Colorado, cerca de Tehuacán (20 de enero); en Veracruz
los españoles recobraron San Juan Coscomatepec (9 de febrero), Huatusco
(17 de febrero), los puentes de Atoyac y Chiquihuite y los fuertes de La Fortuna,
Quimistlán y Palmillas; en Guanajuato, el punto fortificado de la mesa de los
Caballos (10 de marzo), cerca de San Felipe, y en Querétaro el de La Faja
(diciembre). En diciembre, Nicolás Bravo fue desalojado del fuerte de Cóporo. En
mayo de 1816 había salido de Londres Francisco Javier Mina, patriota español que
combatió a los franceses en la Península y deseaba continuar batallando
en América contra el absolutismo de Fernando VII. Lo acompañaban 32 oficiales
españoles, italianos e ingleses y el dominico mexicano fray Servando Teresa
de Mier. En Norfolk y Nueva Orleans, E.U.A., aumentó su hueste y sus pertrechos,
y el 15 de abril de 1815 desembarcó en Soto la Marina con 300 hombres.
Ahí perdió sus barcos, atacados por una escuadrilla procedente de Veracruz; construyó
un fuerte, cuyo mando confió al mayor Sardá, y el 24 de mayo emprendió
la marcha hacia el fuerte del Sombrero, al noroeste de Guanajuato, para
unirse al insurgente Pedro Moreno. A pesar de su escasa fuerza, derrotó
en el camino a los realistas Villaseñor, en Valle del Maíz (8 de junio),
y a Armiñan, en Peotillos (día 15 siguiente), y después de que llegó a su destino
(día 24), a Ordóñez (día 29), en la hacienda de San Juan de los Llanos.
El 1° de agosto Liñán puso sitio al fuerte y lo tomó el 19 sin que Mina
pudiera auxiliar a sus defensores. El 27 de octubre, en la acción del rancho
del Venadito, fue muerto Moreno y capturado Mina, más tarde fusilado (11 de noviembre)
frente al fuerte de Los Remedios cercano a Pénjamo. El 16 de junio anterior cayó
en manos del realista Arredondo el fuerte de Soto la Marina; en el curso
del año se acogieron al indulto Osorno, Sotero Castañeda, Carlos María
de Bustamante, Muñiz y otros; y a fines, fueron hechos prisioneros Berduzco,
López Rayón y Nicolás Bravo. En 1818 se rindió a los españoles el
fuerte del Jaujilla en un islote de la laguna de Zacapu (6 de marzo), logrando
escapar los miembros de una junta que nombró el Congreso antes de su salida a
Tehuacán, algunos de cuyos vocales fueron más tarde aprehendidos (febrero) y otros
fusilados en Huetamo (9 de junio). Fueron asesinados el padre Torres, defensor
de Los Remedios, y José María Liceaga; fusilados en Pátzcuaro, Nicholson
y Yortis, oficiales sobrevivientes de Mina (junio), e indultados otros
jefes insurgentes, como Amaya, Mariano Tercero, Huerta y los padres Navarrete
y Carvajal. En 1819 se acogieron al perdón realista Arago, Erdozáin y Ramsey,
que operaban en Guanajuato, y José Antonio Magos, que lo hacía en Querétaro.
Vicente Guerrero fue derrotado en el fuerte de Barrabás, en Coahuayutla
(mayo), y en Agua Zarca (5 de noviembre), al que después de estos hechos
se unió Pedro Asencio, a su vez desalojado del fuerte de San Gaspar. Eran
éstos los dos únicos jefes insurgentes que continuaban combatiendo a principios
de 1820. La ofensiva de Wellington en 1813 y la constante actividad
de las guerrillas a retaguardia de los franceses, hicieron posible recobrar
Madrid; José Bonaparte abandonó Valladolid y perdió las batallas de Vitoria
y San Marcial; y el 11 de diciembre se firmó el Tratado de Valençay, por el cual
cesó la guerra entre España y Francia y Napoleón reconoció a Fernando VII como
rey; pero las Cortes y la Regencia no quisieron considerar libre al rey,
ni prestarle obediencia, hasta que prestase el juramento previsto por la
Constitución. El 22 de marzo de 1814 Fernando entró nuevamente a España;
el 6 de abril abdicó Napoleón; a fines de ese mes 69 diputados se declararon
absolutistas y el 4 de mayo el rey firmó un manifiesto anulando la Constitución
de 1812 y todo cuanto habían hecho las Cortes "como si no hubieran pasado
jamás tales actos y se quitasen de enmedio del tiempo"; restableció la
Inquisición, que había sido abolida por los diputados; persiguió a los
liberales y casi no prestó atención a las sublevaciones en América. El
1° de enero de 1820, en la villa de Cabezas de San Juan, de la provincia de Sevilla,
se sublevó el coronel Rafael del Riego con el segundo batallón del Regimiento
de Asturias. En lugar de embarcarse rumbo a América, a luchar contra los
insurgentes, proclamó la Constitución de 1812. El apoyo que el pueblo brindó
a este movimiento obligó a Fernando VII, el 9 de marzo, a jurar la Constitución.
La noticia del triunfo de los liberales en España se recibió en Veracruz el 26
de abril y en México el 29. Durante ese mes y los primeros
días de mayo, el virrey Apodaca, el regente de la Audiencia Bataller y
los felipenses Tirado y Matías Monteagudo conspiraron (Plan de la Profesa) para
impedir el restablecimiento de la Constitución en México. Postulaban que
el rey estaba oprimido por los revolucionarios y que la Nueva España debía
gobernarse por el virrey, con apoyo en las Leyes de Indias, y con independencia
de la metrópoli. La ejecución de estas ideas obligaba a contar con un jefe
militar que mereciera su confianza, el cual creyeron encontrar en Agustín de Iturbide. Los
comerciantes de Veracruz, en su mayor parte afiliados a la masonería, o controlados
por ella, temerosos de que el virrey fuera a negarse a jurar la Constitución
liberal, tomaron las armas el 24 de mayo, constituidos en el Batallón de
Voluntarios Fernando VII, y fueron a pedir a José Dávila, comandante general
e intendente de la provincia, que proclamara el código. Éste lo hizo bajo presión,
pero advirtió a los amotinados que ese era un acto precursor de la Independencia.
En Jalapa ocurrieron sucesos semejantes, y en México, el virrey, para evitar
que los oficiales de las tropas españolas, casi todos masones, lo obligaran
en el mismo sentido, convocó al Real Acuerdo el día 31, en cuya sesión
él y los oidores hicieron el juramento. El arzobispo, los tribunales, los
empleados y los colegios hicieron lo propio del 1° al 8 de junio, y el 9 el Ayuntamiento
hizo su proclamación. V. MASONERÍA. Los efectos de la restaurada
Constitución de Cádiz consistieron en suscitar la discusión pública y la
expresión de los resentimientos, los temores y las esperanzas de todas las clases
de la sociedad, estimuladas por una conciencia generalizada en el sentido
de la necesidad de un cambio. El fiscal de la Audiencia, José Hipólito
Odoardo, trasmitió en un informe al ministro de Gracia y Justicia, a fines
de octubre de 1820, el estado de la opinión en Nueva España. Indicaba que
desde principios de 1819 la situación había venido normalizándose, no quedando
sino los grupos insurgentes en el partido de Chilapa, protegidos "por el
clima mortífero y las tierras montuosas" y que la insurrección de 1810
se había dominado no por las concesiones que se hubieren hecho en favor
de los americanos, ni por las providencias de las Cortes, que cesaron en 1814,
"sino por haberse unido cordialmente al gobierno las tropas veteranas y las milicias,
los eclesiásticos, los empleados, los propietarios y las demás clases influyentes".
Pero advertía que el espíritu público había ya cambiado enteramente: los
militares se quejaban del agravio que se les hizo al suspenderles después
de jurada la Constitución, el aumento de paga de que disfrutaban; el clero
temía por sus rentas e inmunidades y por la existencia de algunos establecimientos
religiosos; los españoles residentes, por lo común propietarios, no parecían
dispuestos a volver a consumir sus fortunas en apoyo del gobierno, si ocurría
una nueva revolución y por ello se ocupaban de ir de una a otra tertulia
"para explorar los planes de independencia que en ellas se discutían con
más o menos embozo", y los abogados y los oficinistas veían en la eventualidad
de un cambio la perspectiva de mejorar en sus empleos. El
22 de agosto se publicó en México la real orden del 8 de marzo anterior, por la
cual fueron puestos en libertad todos los insurgentes que se hallaban presos
-Nicolás Bravo, Ignacio López Rayón y Sixto Berduzco, entre otros- y pudieron
volver al pais los exiliados -el marqués de Rayas, Carlos María de Bustamante,
Fagoaga, Adalid y muchos más-. Una consecuencia lateral de la nueva política
fue que quienes se habían indultado con anterioridad empezaron a obtener grados
-hasta de teniente coronel- en el ejército virreinal. Había entonces en México
85 036 soldados, de los cuales 25 mil eran de caballería: 8 448 expedicionarios
enviados desde España de 1812 a 1817, 10 620 hombres de tropas veteranas
del país; 21 968 miembros de las milicias provinciales, y 44 mil elementos
urbanos encargados de la defensa de las poblaciones. A los antiguos insurgentes
que ya no podían pelear contra estas fuerzas en los campos de batalla, la Constitución
les permitía luchar por las diputaciones provinciales y por los ayuntamientos. En
noviembre de 1820, el virrey Apodaca, pensando que Iturbide sostendría con las
armas el Plan de la Profesa, le confió la comandancia general del sur,
a la que estaban adscritos los fieles de Potosí, los escuadrones de Isabel
y los batallones de Tres Villas y de Murcia, jefaturados por españoles,
los infantes de la Corona, el Batallón del Sur, las milicias de Acapulco y los
realistas de Tixtla, Chilapa y otros pueblos. Iturbide salió a la campaña
contra Guerrero el 16 de noviembre -"para pacificar en breve tiempo todo
el reino", según comunicó al virrey- y a principios de diciembre, a solicitud
suya, se le unió en Teloloapan el Regimiento de Celaya, que él mismo comandaba
y cuya oficialidad le era enteramente adicta. En diciembre consiguió de Apodaca
que le enviase el cuerpo de caballería de la frontera -que el propio Iturbide
había tenido bajo su mando en el Bajío-, que se le remitieran más abundantes
pertrechos y municiones, y se le destinasen fuertes sumas en efectivo,
tanto para cubrir la paga de la tropa cuanto para invertir en compra de
voluntades, y en espías, pues de todos los recursos posibles "los más eficaces
-decía- son distribuir la moneda con prudente liberalidad, pues por ella aventuran
los hombres sus vidas, y hacen esfuerzos que no practicarían por ningún otro estímulo". El
2 de enero de 1821 Guerrero derrotó a una partida realista en Zapotepec y el 5
Asencio desbandó a otra en Tlatlaya. Estos hechos persuadieron a Iturbide
de que la campaña contra los insurgentes sería larga, y al parecer advirtió
entonces la conveniencia de contar con ellos en los planes de Independencia,
en lugar de empeñarse en una nueva y sangrienta contienda. El día 10 escribió
a Guerrero instándolo a someterse y haciendo votos por la emancipación; éste contestó
el 20 rechazando el indulto, pero ofreciéndole colaborar si en efecto buscaba
la separación de España. Antonio de Mier, representante de Iturbide, y
José Figueroa, de Guerrero, dieron cima a las negociaciones. Simultáneamente,
Iturbide escribió al arzobispo de México, a los obispos de Guadalajara
y Puebla y al gobernador de la mitra de Valladolid, anunciándoles sus planes,
y movilizó agentes que fueran a persuadir a los comandantes militares acantonados
en Michoacán y en el Bajío. Una vez obtenido el acuerdo de tan importantes
sectores del clero y del ejército, proclamó el 24 de febrero el Plan de
Iguala (v. texto completo), cuyos artículos principales establecían la
religión católica, sin tolerancia de otra alguna; la absoluta independencia;
un gobierno monárquico constitucional, reservado a Fernando VII o a otro miembro
de casa reinante; la formación de una junta gubernativa, previa a la constitución
del Imperio Mexicano; y la creación del Ejército de las Tres Garantías.
Se indicaba, además, que todos los habitantes eran ciudadanos idóneos para
optar empleos y garantizaba a las personas y al clero el respeto a sus
propiedades y fueros. Los ¡vivas! finales a la religión, la Independencia
y la unión entre americanos y europeos aludían a la naturaleza de las tres garantías.
Ese mismo día Iturbide envió al virrey las "indicaciones para el gobierno que
debía instalarse provisionalmente" y que contenían, aunque más explícitos,
los mismos puntos del Plan. Apodaca condenó estos textos el 3 de marzo
y el 14 puso a Iturbide fuera de la ley. En esos días desertaron más de
la mitad de las fuerzas trigarantes; pero, a cambio, se adhirieron al Plan de
Iguala los granaderos provinciales de Jalapa (día 13), que se pusieron
a las órdenes de José Joaquín de Herrera, en Perote; Luis de Cortazar,
en Amoles (hoy Cortazar, el 16 de marzo) y Anastasio Bustamante, en la
hacienda de Pantoja (día 17), quienes luego tomaron la ciudad de Guanajuato
(día 24); varios miembros del Fijo de Veracruz y del batallón provincial de Puebla,
que se unieron a Herrera para apoderarse de Córdoba (1° de abril); los
capitanes del Fijo de México, Vicente Filisola y Juan José Codallos, en
Tusantla (9 de abril); el teniente coronel Antonio López de Santa Anna,
con 500 hombres, en Alvarado (día 25); y en el curso del mes, el teniente
coronel Francisco Ramírez y Sesma, con 80 soldados, en Veracruz; los hermanos
Flon, capitanes de Dragones de Puebla, con casi todo su regimiento; el
teniente coronel Miguel Barragán, en Ario, y el sargento mayor Juan Domínguez,
en Apatzingán, con una gruesa sección volante, el primero, y los granaderos
de Guadalajara el segundo. Advertido Iturbide de la formación del Ejército
del Sur, cuyo mando confió el virrey al mariscal de campo Pascual de Liñán
y que a la postre no se movió de Cuernavaca, salió de Teloloapan hacia el Bajío,
por Tlalchapa, Cutzamala -donde se le presentó Ramón Rayón-, Tusantla,
Zitácuaro y Acámbaro, en cuyo curso fue incorporando a sus fuerzas a los
antiguos insurgentes, entre otros Epitacio Sánchez, que comandó su escolta.
El 1° de mayo entró a León, el día 10 se entrevistó en la hacienda de San
Antonio, cerca de La Barca, con José de la Cruz, comandante e intendente de la
Nueva Galicia, consiguiendo que permaneciera inactivo, y el 20 hizo que
capitulara Valladolid. Varios jefes realistas se rindieron a los trigarantes
durante junio: Novoa, en San Juan del Río (día 7); Bracho, en San Luis
de la Paz (día 22) y Luaces, en Querétaro (día 28). El día 13 de ese m
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