ACUARELA
LA ACUARELA EN LA RESTAURACIÓN FRANCESA
Hay que llegar al siglo de San Luis para ver tomar al arte de la pintura, en todos sus géneros, el hermoso vuelo con que se inauguran dentro del templo ojival todas las grandes escuelas artísticas de la Edad media. En esta ocasión, lo mismo que en el siglo de Carlomagno, la restauración procedió de Francia, y el estilo nuevo francés fue muy en breve adoptado en los Países Bajos, Alemania e Inglaterra, manteniéndose en estas naciones tal como salió del Dominio Real, hasta mediado el siglo xiv.
Los caracteres de este nuevo estilo, según se manifiesta en las obras de aquel tiempo, tales como el Salterio del Louvre que perteneció a Doña Blanca de Castilla, el otro celebrado Salterio ejecutado para el rey San Luis, del mismo museo, y los tres afamados códices de la Biblioteca de París, antes imperial y hoy nacional, que se conocen con los títulos de Libro del tesoro, de Bruneto Latini, el Santo Graal, y las Poesías de Nuestra Señora por Gauthier de Coindy, son principalmente la corrección y firmeza del dibujo, la gracia y la delicadeza de la ejecución.
El contorno en las preciosas viñetas de estos manuscritos aparece trazado a pluma, con libertad, seguridad y destreza, aun cuando el dibujo sea con harta frecuencia seco, las formas extenuadas y excesivamente largas; sin que por esto falte cierta verdad ingenua, que revela hasta qué punto la renovación del arte procede del estudio de la naturaleza. Sin embargo de que las cabezas están hechas a simple contorno, hay en ellas expresión. Los ropajes no recuerdan en verdad la bella disposición de paños del antiguo, pero los pliegues están tomados del natural y arreglados de un modo elegante y con amplitud.
Lo que falta a esas miniaturas es el modelado del color, porque el artista procedía de la manera siguiente: trazaba con pluma los contornos, los llenaba luego con una tinta extendida por igual y transparente, sobro la cual volvía a señalar con la misma pluma, aunque con gran delicadeza, ciertos detalles, principalmente los pliegues de los ropajes; dejaba sin color las carnes, con el tono natural de la vitela o pergamino, cuando no les daba una tinta blanquecina y uniforme, a la que agregaba a veces una leve veladura; y de este modo su obra, en cuanto al colorido, venía a quedar reducida a una mera iluminación, porque no fundía ni empastaba los colores, y éstos resultaban agrios y chillones, dominando sobre todos el azul brillante y el bermellón. Los contornos quedaban siempre visibles, aun en las partes más cargadas de color, y en cuanto a los fondos, al oro que los cubría en las épocas anteriores empezaban a sustituirse tintas varias, realzadas con menudos adornos de diversa especie.