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LA ACUARELA EN LA EDAD MEDIA La afición a la caligrafía, que sobrevivió a la calda del Imperio, donde se desarrolló principalmente fue en los monasterios. Los monjes y cenobitas, únicos depositarios de las reliquias del saber antiguo en el Occidente, establecieron en sus claustros el provechoso ejercicio de la transcripción de los textos, consagrando a ello gran parte de su tiempo. Había en todas las abadías un salón que llevaba el nombre de Scriptorium, en el cual reunidos los escribas en medio del más riguroso silencio, se ocupaban en copiar libros para la biblioteca del monasterio. A fines del sexto siglo había fundadores de institutos monásticos que imponían la obligación de dedicarse a la escritura a todo el que era inhábil para manejar el arado. En Inglaterra y en Irlanda fue donde se propagó más el gusto por la caligrafía. Sucedió allí algo semejante a lo ocurrido en nuestra España, donde el continuo comercio con la Iglesia de Oriente vivificaba las escuelas isidorianas: y fue que los libros llevados a los conventos por los misioneros que les mandó Gregorio Magno, como San Austin, San Benito Biscop y el sabio griego Teodoro de Tarso, propagaron el estudio de las letras y de las ciencias y desarrollaron al propio tiempo la afición a la caligrafía. Era en aquellos tiempos la miniatura, o la iluminación al menos, auxiliar inseparable de la caligrafía; pero no podía a la sazón ser llamado a exornar los sagrados textos, que constituían lo esencial del estudio de aquellos santos cenobitas, un arte que por su absoluto olvido del natural había descendido al último límite de la barbarie; y hubieron de contentarse los que desempeñaban las fatigosas tareas del Scriptorium con un género de pintura inferior al de la figura humana y al alcance de los escribas meramente ingeniosos y pacientes.
2014 - Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano Siglo XIX. Aviso Legal