ACUARELA
CONSIDERACIONES DE LA ACUARELA EN LA EDAD MEDIA
De propósito nos hemos detenido en estas consideraciones acerca de la acuarela a la manera antigua, que tan perfectamente se adaptaba a la sagrada iconografía cristiana, y que tan adecuada era a la decoración pictórica, en que el arte no es sujeto principal, sino accesorio del templo, del palacio, del tribunal, del consistorio, del libro, etc.
Lo hemos hecho así porque es muy general el error de los que creen que los miniaturistas y vidrieros, y pintores al temple y en tabla de la Edad media, no supieron ser naturalistas por falta de ciencia, y se quedaron en el umbral de la augusta mansión del arte contra su deseo.
Nunca se repetirá demasiado que semejante creencia es una vulgaridad. El miniaturista, acuarelista, o iluminador, de los siglos xiv al xv, que seguía el sistema creado espontáneamente en Europa, desarrollando la simiente sembrada en los tiempos de San Luis de Francia y de San Fernando de España, y cerraba los ojos al ejemplo del artista bizantino que pugnaba por mantener con la pintura a la aguada el antiguo naturalismo clásico y antropomorfista, sabía perfectamente lo que hacía, y no pensó ni por asomo en destruir con la importancia de su obra el efecto arquitectónico ya del templo, ya del claustro, ora del palacio, ora del tribunal, ni la importancia doctrinal, o anagógica, o exegética, o meramente litúrgica del libro.
Sabía que le entregaban el edificio y el códice meramente para que los decorase y aumentase su valor intrínseco con el aditamento del arte. Pero cambiaron por completo las ideas bajo el llamado renacimiento, cuyo influjo todavía dura, y entonces se generalizó la falsa preocupación de que sólo el arte naturalista era verdadero arte, y que por lo tanto, la acuarela, que carecía de medios para ser naturalista, no era arte, y sólo merecía en el terreno de la historia cierta consideración como testimonio de las tentativas rudimentarias del genio pictórico para elevarse a la región del arte.
