Asisten al entierro de una señora dos hombres; el esposo, abatido, lloroso, resignado y el amante dando unos alaridos tremendos, llorando sin consuelo, tirándose los cabellos, a punto de sufrir un infarto. El marido (ahora viudo) se acerca solícito al amante y con gesto amigable le dice:
Por favor Lucho, serénate un poco, ¡Ya me volveré a casar!